La luna a medias, la vida entera/ Der halbe Mond, das ganze Leben

La luna a medias, la vida entera (Español y alemán)

El viernes pasado tuvo lugar el funeral de una de las mejores amigas de la mamita de Markus. Se llamaba Elsbeth y murió a los noventa y tres años. Con ella compartió viajes, visitas a museos y, sobre todo, un vínculo de confianza que les permitía hablarse con el corazón abierto.
Markus guardaba buenos recuerdos de aquella época en que, siendo apenas un muchacho, trabajaba en la floristería de Elsbeth. Allí no sólo aprendió a cuidar flores, sino que también florecieron sus primeras experiencias de confianza laboral. Por mi parte, apenas la vi una vez, en abril de 2013, durante una visita al museo de Basilea. Ese día la mamita de Markus nos guio por una exposición y Elsbeth estaba allí. De ese encuentro conservo un par de fotos, las mismas que quise compartir en este escrito.

Entramos en la capilla como si congeláramos cada movimiento. La ceremonia fúnebre ya había comenzado y no queríamos incomodar a los presentes. En los primeros bancos se encontraba su hija, acompañada por el resto de la familia. La sala era estrecha, casi modesta, pero bañada por una luz serena que suavizaba la tristeza. Las sillas, alineadas una tras otra, reunían a los presentes en una cercanía inevitable, como si el espacio mismo quisiera recordarnos la importancia de estar juntos en la despedida. Detrás de nosotros, un pequeño grupo de músicos interpretaba con delicadeza su melodía, cuidando que el sonido no se desbordara ni perturbara el recogimiento.

Al frente, la pastora se erguía tras un atril sencillo donde reposaban las hojas de su discurso. Era joven, delgada y de voz dulce. Mientras la escuchaba, hubo un instante que me atravesó de manera especial. La pastora habló de lo que mostramos y de lo que permanece escondido, esa parte de la vida que no se deja ver y que, sin embargo, nos completa. 
Entonces mencionó el poema de Matthias Claudius, Der Mond ist aufgegangen (La luna ha aparecido).

"¡Qué silencioso está el mundo,
y bajo el manto del crepúsculo
qué íntimo y acogedor!
Como una estancia tranquila,
donde las penas del día
se duermen y se olvidan.
¿Veis allí la luna colgada?
Sólo la mitad se deja ver,
y sin embargo es redonda y hermosa.
Así son también muchas cosas,
que solemos negar o reír,
porque nuestros ojos no las alcanzan."

Me conmovieron tanto esas primeras estrofas que repetí una y otra vez en mi mente el nombre del poeta para no olvidarlo. Me prometí buscar el poema más tarde, sin saber que esa intención sería el preludio de este escrito.
La pastora había rescatado la imagen de la luna de Claudius para recordarnos que, aunque a los ojos parezca partida, guarda intacta su redondez. Así también nosotros, hechos de lo visible y de lo secreto, de lo vivido y lo callado.
Cuando terminó la misa para despedir a Elsbeth, salimos del recinto. De camino al lugar donde reposarían sus cenizas, el viento soplaba en ráfagas contenidas. Algunas sepulturas estaban cubiertas de maleza, olvidadas. Otras brillaban con flores frescas y adornos, y me preguntaba si respondían a una pérdida reciente o a un amor fiel que no se rinde al tiempo. Llegamos al sitio señalado. El sepulturero se movía con calma, como quien conoce de memoria cada gesto del rito. Sabía lo que venía después, y después… Pensé en los duelos que habría presenciado ese señor.
La pastora nos pidió acercarnos y quizá pronunció aquellas palabras antiguas: “de la tierra venimos y a la tierra regresamos”, aunque lo que realmente escuché fue: “Dios ha llamado a Elsbeth a su reino”. Esta vez mi mirada se detuvo en los ojos de su hija, que estaba muy cerca de mí. Ojalá las palabras de la pastora logren darle consuelo, pensé.
Ahora que devuelvo el instante, me pregunto si el consuelo puede hallarse también en otras creencias: cuando se dice que el ser querido reencarnará en otro cuerpo; o que regresará al seno de la naturaleza; o que vivirá por siempre en la memoria de quienes lo amaron. Distintas formas de enhebrar una misma esperanza. Pero más allá de las palabras escogidas, de la fe o de una doctrina, la realidad es que quien sufre la pérdida de un ser querido vive con la certeza ineludible de que esa persona que amas no estará mañana ni nunca más en la casa donde sabías que siempre estaba. Y aceptar esa verdad toma tiempo.

El momento se cerró al dejar caer pétalos sobre el redondo contenedor de barro que guardaba las cenizas de Elsbeth. Estaba dispuesto en un pequeño agujero, al lado de los restos de su hijo.
De regreso a la casa de la mamita, sentada en los asientos traseros del coche, pude conocer más de la vida de Elsbeth. Markus y su madre comenzaron a revivir algunas anécdotas. De la radio brotaba la guitarra eléctrica de un blues, y ellos hablaban y hablaban. Sin proponérselo, habían encontrado una manera más íntima de despedir y honrar a su amiga. En un momento, aproveché para preguntarle a la mamita por el poeta. Ella no sólo conocía el poema, sino que lo había aprendido de memoria. Es una de las cosas que ambas compartimos: el amor por la poesía. La he visto apretar los ojos como si con esa acción entrara en la habitación de su memoria y pudiera recuperar mucho mejor las palabras que componen los poemas. Esta vez recitó Der Mond ist aufgegangen de Matthias Claudius.

Más tarde, al investigar sobre Claudius, supe que había nacido en 1740, en el norte de Alemania. Antes de dedicarse al periodismo y a la poesía, había estudiado teología y derecho, aunque pronto abandonó los estudios para seguir su verdadera vocación: escribir. Leí que este poema acompaña algunas veladas familiares y funerales. 
Quería compartir con todos lo que me dejó su poema. La certeza de que la luna, aunque se muestre sólo a medias, nunca pierde su plenitud. Así es también la vida de quienes amamos: una parte se oculta, pero lo esencial permanece intacto. Lo que vemos es fragmento; lo invisible guarda la forma entera, redonda y serena.
Y mientras lo escribo, pienso que quizá la luna de Claudius hablaba también de nosotros, de cómo nos miramos a nosotros mismos: insistimos en detenernos en nuestras sombras, en esas partes menguadas o incómodas de la historia que no queremos ver. Pero nuestra vida —tal como nos tocó vivirla— nos pertenece completa, con sus luces y con sus huecos. Y es allí, en la aceptación amorosa de cada fragmento, donde se revela nuestra luna plena y luminosa.
Apenas crucé con Elsbeth unas horas en la vida, pero su despedida este viernes tocó en mí una tecla profunda de aprendizaje y reflexión. Yo, que no la conocí de verdad, la imagino ahora en la plenitud de su propia luna, completa y luminosa. Descansa en paz, Elsbeth.

Les comparto el poema

Matthias Claudius – El luna ha aparecido

La luna se ha alzado clara,
las estrellas doradas brillan
en el cielo puro y sereno.
El bosque, negro, calla,
y sobre los prados sube
la blanca niebla, misteriosa.

¡Qué silencioso está el mundo,
y bajo el manto del crepúsculo
qué íntimo y acogedor!
Como una estancia tranquila,
donde las penas del día
se duermen y se olvidan.

¿Veis allí la luna colgada?
Sólo la mitad se deja ver,
y sin embargo es redonda y hermosa.
Así son también muchas cosas,
que solemos negar o reír,
porque nuestros ojos no las alcanzan.

Nosotros, hijos orgullosos de los hombres,
somos pobres pecadores vanos
y sabemos en verdad muy poco;
tejemos fantasías en el aire,
buscamos mil artificios
y nos alejamos más de la meta.

Dios, muéstranos tu salvación,
haz que nada perecedero
sea nuestra confianza;
no nos dejes en la vanidad,
haznos sencillos y limpios,
como niños alegres y piadosos.

Y al final, sin lamento,
llévanos de este mundo
por una muerte suave;
y cuando nos hayas tomado,
llévanos contigo al cielo,
Tú, nuestro Señor y nuestro Dios.

Así pues, hermanos míos,
acostaos en nombre de Dios;
frío es el soplo de la tarde.
Perdónanos, Señor, tus castigos,
y concédenos dormir en paz;
y también a nuestro vecino enfermo.


Übersetzung ins Deutsch
Der halbe Mond, das ganze Leben

Am vergangenen Freitag fand die Trauerfeier für eine der besten Freundinnen von Markus’ Mutter statt. Sie hieß Elsbeth und starb im Alter von dreiundneunzig Jahren. Mit ihr hatte sie Reisen unternommen, Museen besucht und – vor allem – ein Vertrauensverhältnis aufgebaut, das es ihnen erlaubte, einander mit offenem Herzen zu begegnen. Markus bewahrte gute Erinnerungen an jene Zeit, als er noch ein Junge war und in Elsbeths Blumenladen arbeitete. Dort lernte er nicht nur, wie man Blumen pflegt, sondern auch, wie Vertrauen im Arbeitsleben erblühen kann. Ich selbst sah sie nur ein einziges Mal, im April 2013, bei einem Besuch im Basler Museum. An jenem Tag führte uns Markus’ Mutter durch eine Ausstellung, und Elsbeth war dabei. Von dieser Begegnung habe ich ein paar Fotos behalten, die ich in diesem Text teilen wollte.

Wir betraten die Kapelle, als wollten wir jede Bewegung einfrieren. Die Trauerfeier hatte bereits begonnen, und wir wollten die Anwesenden nicht stören. In den vorderen Reihen saß ihre Tochter, umgeben von der Familie. Der Raum war schmal, beinahe schlicht, doch er war in ein sanftes Licht getaucht, das die Traurigkeit milderte. Die Stühle, Reihe um Reihe geordnet, brachten die Menschen in eine unvermeidliche Nähe, als wollte der Raum selbst uns daran erinnern, wie wichtig es ist, im Abschied zusammenzuhalten.

Hinter uns spielte eine kleine Gruppe von Musikern ihre Melodie mit großer Zartheit, darauf bedacht, dass der Klang nicht zu laut wurde und die Sammlung störte.

Vorne stand die Pastorin, schlank, jung und mit einer sanften Stimme, hinter einem schlichten Pult, auf dem ihre Blätter lagen. Während ich ihr zuhörte, gab es einen Augenblick, der mich besonders tief berührte. Die Pastorin sprach von dem, was wir zeigen, und von dem, was verborgen bleibt – jenem Teil des Lebens, der sich nicht offenbart und uns doch erst ganz macht.

Dann erwähnte sie das Gedicht von Matthias Claudius, Der Mond ist aufgegangen:

„Wie ist die Welt so stille,
und in der Dämmrung Hülle
so traulich und so hold
als eine stille Kammer,
wo ihr des Tages Jammer
verschlafen und vergessen sollt.

Seht ihr den Mond dort stehen?
Er ist nur halb zu sehen,
und ist doch rund und schön!
So sind wohl manche Sachen,
die wir getrost belachen,
weil unsre Augen sie nicht sehn."

Diese ersten Strophen bewegten mich so sehr, dass ich den Namen des Dichters immer wieder im Kopf wiederholte, um ihn nicht zu vergessen. Ich nahm mir vor, das Gedicht später nachzuschlagen, ohne zu ahnen, dass diese Absicht der Auftakt zu diesem Text sein würde.

Die Pastorin hatte das Bild des Mondes von Claudius aufgegriffen, um uns daran zu erinnern: Auch wenn er mit bloßem Auge geteilt erscheint, bewahrt er doch seine unversehrte Rundung. So sind auch wir Menschen – aus Sichtbarem und Verborgenem, aus Erlebtem und Verschwiegenem gemacht.

Als die Messe zu Els­beths Abschied beendet war, verließen wir die Kapelle. Auf dem Weg zu der Stelle, an der ihre Asche ruhen sollte, wehte der Wind in gedämpften Böen. Manche Gräber waren mit Unkraut überwuchert, vergessen. Andere glänzten mit frischen Blumen und Schmuck – ich fragte mich, ob sie einer jüngeren Trauer entsprachen oder einer treuen Liebe, die der Zeit nicht nachgibt.

Wir kamen zum vorgesehenen Ort. Der Totengräber bewegte sich mit Ruhe, wie jemand, der jeden Handgriff des Rituals auswendig kennt. Er wusste, was danach kommt, und danach… Ich dachte daran, wie viele Trauerfeiern dieser Mann wohl schon miterlebt hatte.

Die Pastorin bat uns, näherzutreten, und vielleicht sprach sie jene alten Worte: „Von der Erde sind wir genommen, zur Erde kehren wir zurück.“ Doch was ich wirklich hörte, war: „Gott hat Elsbeth in sein Reich gerufen.“ Mein Blick blieb an den Augen ihrer Tochter hängen, die ganz in meiner Nähe stand. Ich wünschte, die Worte der Pastorin könnten ihr Trost spenden.

Jetzt, da ich diesen Moment zurückrufe, frage ich mich, ob Trost nicht auch in anderen Glaubensvorstellungen liegt: wenn man sagt, der geliebte Mensch werde in einem anderen Körper wiedergeboren; oder er kehre in den Schoß der Natur zurück; oder er lebe für immer in der Erinnerung derer, die ihn liebten. Unterschiedliche Weisen, eine einzige Hoffnung zu fassen. Doch jenseits der Worte, des Glaubens oder einer Lehre bleibt die harte Wahrheit: Wer einen geliebten Menschen verliert, lebt mit der unausweichlichen Gewissheit, dass dieser Mensch morgen und niemals mehr im Haus sein wird, wo er doch immer war. Diese Wahrheit anzunehmen, braucht Zeit.

Der Moment schloss sich, als wir Blütenblätter über das runde Gefäß aus Ton fallen ließen, das Els­beths Asche barg. Es war in einer kleinen Grube neben den Überresten ihres Sohnes gebettet.

Auf dem Rückweg zum Haus von Markus’ Mutter, auf dem Rücksitz des Autos, erfuhr ich mehr über Els­beths Leben. Markus und seine Mutter begannen, Anekdoten zu erzählen. Aus dem Radio erklang die E-Gitarre eines Blues, und sie redeten und redeten. Ohne es zu planen, hatten sie eine intimere Form gefunden, ihre Freundin zu verabschieden und zu ehren.

In einem Moment nutzte ich die Gelegenheit, Markus’ Mutter nach dem Dichter zu fragen. Sie kannte das Gedicht nicht nur, sondern hatte es auswendig gelernt. Das ist etwas, das wir beide teilen: die Liebe zur Poesie. Ich habe gesehen, wie sie die Augen schließt, als könne sie dadurch tiefer in den Raum ihres Gedächtnisses eintreten und die Worte der Gedichte klarer zurückholen. Auch diesmal rezitierte sie Der Mond ist aufgegangen von Matthias Claudius.

Später, als ich über Claudius nachforschte, erfuhr ich, dass er 1740 im Norden Deutschlands geboren wurde. Bevor er sich dem Journalismus und der Poesie widmete, hatte er Theologie und Jura studiert, doch er brach das Studium bald ab, um seiner wahren Berufung zu folgen: dem Schreiben. Ich las, dass dieses Gedicht manche Familienabende wie auch Beerdigungen begleitet.

Ich wollte mit allen teilen, was mir dieses Gedicht geschenkt hat: die Gewissheit, dass der Mond, auch wenn er sich nur halb zeigt, seine Vollkommenheit nie verliert. So ist es auch mit dem Leben derer, die wir lieben: Ein Teil bleibt verborgen, doch das Wesentliche bleibt unversehrt. Was wir sehen, ist Fragment; das Unsichtbare bewahrt die volle, runde, stille Form.

Und während ich das schreibe, denke ich, dass Claudius’ Mond vielleicht auch von uns spricht – davon, wie wir uns selbst betrachten: Wir verharren so oft bei unseren Schatten, bei jenen verkürzten oder schmerzhaften Teilen der Geschichte, die wir nicht sehen wollen. Doch unser Leben – so, wie es uns zugefallen ist – gehört uns ganz, mit seinen Lichtern und seinen Brüchen. Und erst in der liebevollen Annahme jedes Fragments offenbart sich unser voller, leuchtender Mond.

Nur wenige Stunden habe ich Elsbeth in meinem Leben gekannt, doch ihr Abschied an diesem Freitag berührte in mir eine tiefe Saite von Erkenntnis und Besinnung. Ich, die sie eigentlich nicht wirklich kannte, stelle sie mir nun in der Fülle ihres eigenen Mondes vor – vollständig und strahlend. Ruhe in Frieden, Elsbeth.

Ich möchte euch nun das ganze Gedicht mit euch teilen

Matthias Claudius – Der Mond ist aufgegangen (1778)

Der Mond ist aufgegangen,
die goldnen Sternlein prangen
am Himmel hell und klar;
der Wald steht schwarz und schweiget,
und aus den Wiesen steiget
der weiße Nebel wunderbar.

Wie ist die Welt so stille,
und in der Dämmrung Hülle
so traulich und so hold
als eine stille Kammer,
wo ihr des Tages Jammer
verschlafen und vergessen sollt.

Seht ihr den Mond dort stehen?
Er ist nur halb zu sehen,
und ist doch rund und schön!
So sind wohl manche Sachen,
die wir getrost belachen,
weil unsre Augen sie nicht sehn.

Wir stolze Menschenkinder
sind eitel arme Sünder
und wissen gar nicht viel;
wir spinnen Luftgespinste
und suchen viele Künste
und kommen weiter von dem Ziel.

Gott, laß uns dein Heil schauen,
auf nichts Vergängliches trauen,
nicht Eitelkeit uns freun;
laß uns einfältig werden
und vor dir hier auf Erden
wie Kinder fromm und fröhlich sein.

Wollst endlich sonder Grämen
aus dieser Welt uns nehmen
durch einen sanften Tod;
und, wenn du uns genommen,
laß uns in Himmel kommen,
du unser Herr und unser Gott!

So legt euch denn, ihr Brüder,
in Gottes Namen nieder;
kalt ist der Abendhauch.
Verschon uns, Gott! mit Strafen,
und laß uns ruhig schlafen!
Und unsern kranken Nachbar auch!
von Mary Luz 5. November 2025
Más que un estudiante: la historia de Marco en Conlinguas Hay estudiantes que dejan huellas profundas, que se vuelven parte de la historia de una escuela. Marco es, sin duda, uno de ellos. Desde 2016, Marco forma parte de la familia Conlinguas. Han pasado ya nueve años desde que comenzó a aprender español conmigo, y durante todo este tiempo ha estado presente en cada etapa del crecimiento de la escuela. Cuando iniciamos nuestras clases, Marco trabajaba en un banco en Zúrich. Era el único estudiante por el que debía levantarme a las cinco de la mañana porque quería estudiar antes de comenzar su jornada laboral a las ocho. En aquel entonces, Conlinguas aún no existía; yo trabajaba de forma independiente y también colaboraba con otra escuela mediante contratos. Daba clases donde fuera posible: en empresas, en las casas de los estudiantes, en cafeterías e incluso al aire libre. Recuerdo especialmente a una profesora de yoga que solo quería aprender caminando, y nuestras lecciones transcurrían entre árboles, en medio del bosque. La meta inicial de Marco era clara: prepararse para trabajar unos meses en Colombia. Sin embargo, más adelante supe que detrás de esa meta profesional había una razón aún más profunda y conmovedora. En 2014 había nacido Sofía, su ahijada. Su madre era suiza y su padre, argentino. La niña creció en Argentina y, aunque entendía alemán, no lo hablaba. Como Sofía hablaba solo español, Marco decidió aprenderlo para poder comunicarse con ella sin barreras. Ese gesto revela la sensibilidad que siempre he visto en él. Con el tiempo, Marco ha recorrido buena parte de Latinoamérica: Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia, Perú, México y Ecuador. En cada país ha descubierto algo nuevo del idioma, de su gente y de sí mismo. Si te sientas frente a él y le preguntas qué lugares visitar, tiene tanto que contar, tantas historias llenas de vida. Cada una está llena de colores, acentos, sabores y sonrisas. Y siempre me dice que, cuando la situación en Venezuela mejore, sueña con conocer el país de su profesora de español. Esa misma curiosidad que lo ha llevado a descubrir nuevos lugares es la que lo ha impulsado a participar con entusiasmo en las actividades que propongo en Conlinguas. Marco ha tomado clases privadas, en grupo y en pareja; asistía a nuestro antiguo club de conversación en español, ha leído libros en el club de lectura y ha participado activamente en los eventos virtuales “Conlinguas en Vivo”, con fines benéficos, donde apoyamos a una persona enferma en Venezuela con su tratamiento. Su compromiso ha sido constante y generoso, siempre dispuesto a aportar y acompañar. Cuando llegó la pandemia, Conlinguas ya era una escuela con un pequeño equipo de profesores de español, inglés y alemán que trabajaban por contrato. Las restricciones, el miedo y la incertidumbre paralizaron al mundo. De pronto, los profesores de mi escuela se quedaron sin alumnos y yo estaba, como tantos otros pequeños emprendimientos, en una situación frágil. Tuve que animar a mis estudiantes a continuar su aprendizaje virtualmente. Algunos aceptaron, pero otros no tenían ánimo, y era comprensible. Ese mundo digital para dar clases virtuales era completamente nuevo para mí y, sinceramente, me daba mucho miedo. No sabía cómo funcionaban las plataformas ni cómo mantener la cercanía a través de una pantalla. En ese momento, Marco y su grupo —al que yo llamaba con cariño el “Dream Team”, formado por Marco, Sarita, Robert, Rafaela y Angelita— fueron fundamentales. Me acompañaron con paciencia, me tranquilizaron y me enseñaron, paso a paso, a perder el miedo. Marco me dijo una vez: —“No tengas miedo, Mary. Si cometes un error, nada puede pasar, todos te guiamos.”— Esa frase me hizo ver que yo no tenía que saberlo todo, que también era mi momento de aprender de mis estudiantes. En la historia de Marco no solo lo veo a él: también recupero retazos de mí misma. Sentirse vulnerable y, al mismo tiempo, sostenida por quienes confían en ti, fue una de las experiencias más valiosas de mi vida como profesora. Aproveché la pandemia para aprender, hacer cursos y entender que la tecnología sería una gran herramienta. Muchos grupos se animaron a continuar aprendiendo, y sentía que, aunque faltaban los abrazos físicos, conseguíamos sentirnos cerca. Desde el año pasado, Marco está decidido a presentar el examen DELE C1, que certifica internacionalmente su nivel avanzado de español. Nos estamos preparando juntos con dedicación: repasando, conversando y puliendo los detalles que consolidan su gran recorrido con el idioma. Para mí, Marco representa exactamente lo que significa aprender una lengua: crecer, conectar y transformar la vida a través de las palabras. Su constancia, su entusiasmo y su fe en este proceso me inspiran profundamente. Me llena el corazón mirar atrás y verlo en cada etapa de esta historia: desde los primeros años sin un lugar físico hasta hoy, que Conlinguas es una comunidad viva y con mucha energía positiva. Querido Marco, hoy quiero celebrarte y agradecerte a través de este escrito, porque eres y has sido un gran regalo para el alma de Conlinguas y para el aprendizaje de tu profesora. Mehr als ein Schüler: Die Geschichte von Marco bei Conlinguas Es gibt Schüler, die tiefe Spuren hinterlassen – die zu einem Teil der Geschichte einer Schule werden. Marco ist zweifellos einer von ihnen. Seit 2016 gehört Marco zur Conlinguas-Familie. Neun Jahre sind vergangen, seit er begann, Spanisch mit mir zu lernen, und in all dieser Zeit war er in jeder Phase des Wachstums unserer Schule dabei. Als wir mit dem Unterricht anfingen, arbeitete Marco in einer Bank in Zürich. Er war der einzige Schüler, für den ich um fünf Uhr morgens aufstehen musste, weil er vor seiner Arbeit um acht Uhr lernen wollte. Damals existierte Conlinguas noch nicht; ich arbeitete selbstständig und unterrichtete zusätzlich für eine andere Sprachschule auf Vertragsbasis. Ich gab Unterricht, wo immer es möglich war – in Firmen, bei den Schülern zu Hause, in Cafés und sogar im Freien. Ich erinnere mich besonders an eine Yogalehrerin, die nur beim Spazierenlernen wollte – unsere Stunden fanden zwischen den Bäumen im Wald statt. Marcos ursprüngliches Ziel war klar: Er wollte sich darauf vorbereiten, ein paar Monate in Kolumbien zu arbeiten. Doch später erfuhr ich, dass hinter diesem beruflichen Ziel ein noch tieferer und bewegenderer Grund stand. 2014 wurde Sofía geboren, seine Patentochter. Ihre Mutter ist Schweizerin, ihr Vater Argentinier. Das Mädchen wuchs in Argentinien auf und verstand zwar Deutsch, sprach es aber nicht. Da Sofía nur Spanisch sprach, entschied sich Marco, die Sprache zu lernen, um ohne Barrieren mit ihr sprechen zu können. Diese Geste zeigt die Sensibilität, die ich immer in ihm gesehen habe. Im Laufe der Zeit hat Marco einen großen Teil Lateinamerikas bereist: Argentinien, Uruguay, Brasilien, Kolumbien, Peru, Mexiko und Ecuador. In jedem Land hat er etwas Neues über die Sprache, die Menschen und sich selbst entdeckt. Wenn man ihm gegenübersitzt und fragt, welche Orte man besuchen sollte, hat er so viel zu erzählen – Geschichten voller Farben, Akzente, Aromen und Lächeln. Und er sagt mir immer, dass er, wenn sich die Situation in Venezuela verbessert, eines Tages das Land seiner Spanischlehrerin kennenlernen möchte. Diese gleiche Neugier, die ihn dazu gebracht hat, neue Orte zu entdecken, hat ihn auch motiviert, an den Aktivitäten teilzunehmen, die ich bei Conlinguas anbiete. Marco hat Privat-, Gruppen- und Partnerunterricht genommen; er besuchte früher unseren Gesprächsclub auf Spanisch, las Bücher im Leseklub und nahm aktiv an unseren virtuellen Benefizveranstaltungen „Conlinguas en Vivo“ teil, mit denen wir eine kranke Person in Venezuela unterstützten. Seine Beteiligung war stets großzügig und engagiert – immer bereit, beizutragen und dabei zu sein. Als die Pandemie kam, war Conlinguas bereits eine kleine Schule mit einem engagierten Team von Spanisch-, Englisch- und Deutschlehrern, die auf Vertragsbasis arbeiteten. Die Einschränkungen, die Angst und die Unsicherheit legten die Welt lahm. Plötzlich hatten die Lehrer keine Schüler mehr, und ich befand mich – wie so viele kleine Unternehmen – in einer fragilen Situation. Ich musste meine Schüler ermutigen, ihr Lernen online fortzusetzen. Einige machten weiter, andere hatten keine Kraft – und das war völlig verständlich. Die digitale Welt des Onlineunterrichts war für mich völlig neu, und ehrlich gesagt machte sie mir große Angst. Ich wusste nicht, wie die Plattformen funktionierten oder wie ich die Nähe zu meinen Schülern aufrechterhalten konnte. In dieser Zeit waren Marco und seine Gruppe – liebevoll von mir „Dream Team“ genannt, bestehend aus Marco, Sarita, Robert, Rafaela und Angelita – von unschätzbarem Wert. Sie begleiteten mich geduldig, beruhigten mich und halfen mir Schritt für Schritt, meine Angst zu überwinden. Marco sagte einmal zu mir: —„Hab keine Angst, Mary. Wenn du einen Fehler machst, passiert gar nichts – wir führen dich.“— Dieser Satz ließ mich erkennen, dass ich nicht alles wissen musste – dass es auch meine Zeit war, von meinen Schülern zu lernen. In Marcos Geschichte sehe ich nicht nur ihn, sondern auch Stücke von mir selbst. Sich verletzlich zu fühlen und gleichzeitig von den Menschen getragen zu werden, die an dich glauben, war eine der wertvollsten Erfahrungen meines Lebens als Lehrerin. Ich nutzte die Pandemie, um zu lernen, Kurse zu belegen und zu verstehen, dass Technologie ein wunderbares Werkzeug sein kann. Viele Gruppen fassten neuen Mut, weiterzulernen, und ich spürte, dass wir, obwohl die Umarmungen fehlten, uns trotzdem ganz nah fühlten. Seit letztem Jahr bereitet sich Marco darauf vor, das DELE-C1-Examen abzulegen, das sein fortgeschrittenes Spanischniveau international bestätigt. Wir bereiten uns gemeinsam darauf vor – mit Gesprächen, Wiederholungen und kleinen Korrekturen, die sein beeindruckendes sprachliches Wachstum abrunden. Für mich verkörpert Marco, was es wirklich bedeutet, eine Sprache zu lernen: zu wachsen, sich zu verbinden und das Leben durch Worte zu verwandeln. Seine Beständigkeit, seine Begeisterung und sein Vertrauen in diesen Prozess inspirieren mich zutiefst. Mein Herz füllt sich mit Freude, wenn ich zurückblicke und ihn in jeder Etappe dieser Geschichte sehe – von den ersten Jahren ohne festen Ort bis heute, wo Conlinguas eine lebendige Gemeinschaft voller positiver Energie ist. Lieber Marco, heute möchte ich dich feiern und dir danken – denn du bist und bleibst ein großes Geschenk für die Seele von Conlinguas und für das Lernen deiner Lehrerin.
von Mary Luz 20. Oktober 2025
La historia de Michaelito y su español Michael estudió español en Conlinguas durante cuatro años, con una visión muy clara: algún día mudarse a España, el país que siempre había sentido como su segundo hogar. Durante años, él y su esposo Armin viajaban dos veces al año a un pequeño pueblo pintoresco de las Islas Canarias. Iban cuando el tiempo en Suiza era gris y frío. Pasaban allí unos días, y se notaba cómo ambos se recargaban con la energía del sol, del mar y de la tranquilidad del lugar. En ese rincón, siempre se habían sentido “en casa”. Michael es peluquero de profesión y durante mucho tiempo tuvo su propia peluquería en Zúrich. Cuando finalmente decidió vender su negocio, todo empezó a fluir. Poco a poco, las piezas se fueron colocando en su sitio y lo que siempre habían soñado comenzó a hacerse realidad. Esa historia me enseñó algo muy valioso: que cuando uno confía, el universo conspira para hacer posibles los grandes sueños. Cuando todo parecía difícil, las cosas se fueron dando una tras otra. Un día, recibí su mensaje: “Mary, ¡nos vamos a vivir a España en unos meses!” Desde entonces, hemos estado en contacto, y sé que lo estaremos siempre. Ahora, Michael y Armin viven en ese paraíso del Atlántico donde cada día comienza con una conversación en español y una sonrisa compartida. Recuerdo que a Michael no le gustaba estudiar los tiempos del indefinido y el imperfecto. Un día me dijo en clase, medio en broma y medio en serio: “Mary, esos tiempos son demasiado complicados, odio tener que memorizar los irregulares.” Me hizo mucha gracia que, ya viviendo en España, me escribiera para darme las gracias por mi insistencia. “Mary, gracias por no rendirte conmigo… ¡los necesito todo el tiempo para contar historias!” Con el tiempo, Michael ha empezado a usar palabras muy típicas de Canarias: dice guagua en lugar de autobús, bicho en lugar de insecto o currar en lugar de trabajar. La gente del pueblo los quiere mucho y los ha acogido con cariño desde el principio. Ya cuando iban de vacaciones, Michael y Armin se sentían parte de la comunidad. Ahora, viviendo allí, forman realmente parte de ella. Siento que lo que me da motivación y me impulsa en mi trabajo es ver cómo esa semilla que he sembrado en el corazón de un estudiante comienza a crecer dentro de él. Que no solo use el idioma como un medio para comunicarse con otros, sino que lo viva plenamente: disfrutando su música, sus sabores y sus tradiciones. En las Islas Canarias, Michael y Armin han aprendido expresiones idiomáticas típicas de la región, y me hace muchísima gracia escucharlas en sus bocas. Es en esos pequeños momentos cuando entiendo que enseñar una lengua es, en realidad, ayudar a que alguien viva una nueva forma de sentir el mundo. Die Geschichte von Michaelito und seinem Spanisch Michael lernte vier Jahre lang Spanisch bei Conlinguas – mit einer ganz klaren Vision: Eines Tages wollte er nach Spanien ziehen, in das Land, das er immer schon als seine zweite Heimat empfunden hatte. Viele Jahre lang reisten er und sein Ehemann Armin zweimal im Jahr in ein kleines, malerisches Dorf auf den Kanarischen Inseln. Sie fuhren dorthin, wenn das Wetter in der Schweiz grau und kalt war. Dort verbrachten sie einige Tage, und man konnte spüren, wie sie beide neue Energie aus der Sonne, dem Meer und der Ruhe des Ortes schöpften. In dieser Ecke der Welt hatten sie sich immer „zu Hause“ gefühlt. Michael ist von Beruf Friseur und hatte lange Zeit seinen eigenen Salon in Zürich. Als er schließlich beschloss, sein Geschäft zu verkaufen, begann alles zu fließen. Schritt für Schritt fügte sich alles zusammen, und das, wovon sie immer geträumt hatten, wurde Wirklichkeit. Diese Geschichte hat mir etwas sehr Wertvolles beigebracht: Wenn man vertraut, verschwört sich das Universum, um große Träume möglich zu machen. Als alles schwierig schien, begann sich doch eins nach dem anderen zu fügen. Eines Tages erhielt ich seine Nachricht: „Mary, wir ziehen in ein paar Monaten nach Spanien!“ Seitdem sind wir in Kontakt geblieben – und ich weiß, dass das immer so bleiben wird. Jetzt leben Michael und Armin in diesem Paradies im Atlantik, wo jeder Tag mit einem Gespräch auf Spanisch und einem gemeinsamen Lächeln beginnt. Ich erinnere mich, dass Michael es nicht mochte, die Vergangenheitszeiten Indefinido und Imperfecto zu lernen. Eines Tages sagte er im Unterricht, halb im Scherz und halb im Ernst: „Mary, diese Zeiten sind viel zu kompliziert – ich hasse es, all diese unregelmäßigen Formen auswendig lernen zu müssen!“ Ich musste sehr lachen, als er mir später, schon in Spanien, schrieb, um sich für meine Hartnäckigkeit zu bedanken. „Mary, danke, dass du nie aufgegeben hast … ich brauche sie ständig, um Geschichten zu erzählen!“ Mit der Zeit hat Michael begonnen, ganz typische kanarische Wörter zu benutzen: Er sagt guagua statt Bus, bicho statt Insekt oder currar statt arbeiten. Die Leute im Dorf mögen sie sehr und haben sie von Anfang an mit viel Zuneigung aufgenommen. Schon als sie nur im Urlaub kamen, fühlten sich Michael und Armin als Teil der Gemeinschaft – und jetzt, da sie dort leben, sind sie es wirklich. Ich spüre, dass das, was mich in meiner Arbeit motiviert und antreibt, genau das ist: zu sehen, wie dieser kleine Samen, den ich im Herzen eines Schülers gepflanzt habe, in ihm zu wachsen beginnt. Dass er die Sprache nicht nur als Mittel der Kommunikation nutzt, sondern sie lebt – ihre Musik, ihre Geschmäcker und ihre Traditionen genießt. Auf den Kanarischen Inseln haben Michael und Armin typische Redewendungen der Region gelernt, und es bringt mich jedes Mal zum Lachen, sie aus ihrem Mund zu hören. In diesen kleinen Momenten wird mir klar, dass das Lehren einer Sprache in Wahrheit bedeutet, jemandem zu helfen, eine neue Art zu entdecken, die Welt zu fühlen.
von Mary Luz Hammer 19. Oktober 2025
Quince otoños desde aquel vuelo 19 de octubre de 2025 Hoy hace quince años llegué a Suiza para comenzar mi vida con Markus. Es imposible no volver a aquella Mary Luz que aterrizó en el aeropuerto de Zúrich con la chaqueta verde oliva que su amiga Liliana se había quitado de encima para dársela, diciendo: —Toma, amiga, la vas a necesitar. El vuelo Madrid–Zúrich me pareció larguísimo, quizá porque cada minuto me acercaba más a él. A mi lado, una mujer desconocida, que pronto se volvió un alma compañera, me ayudó a calmarme. Era Irene, profesora retirada en Neurobiología en la Universidad de Zúrich, experta en el sueño de los elefantes. Suiza, pero con un español impecable, de acento chileno. Con ella sentí por primera vez la serenidad de este país. Era la experiencia hecha ternura, la calma de un lago que no necesita palabras. No sé en qué momento me dio su número de teléfono ni por qué razón. Yo no tenía móvil entonces, pero, de alguna forma, ese gesto suyo tan sencillo me quedó grabado como una primera señal de bienvenida. Desde entonces, cada octubre intentamos encontrarnos para recordar ese vuelo y celebrar nuestro encuentro. Cuando llegué a la sala de recogida de equipaje, decidí ir al baño porque me preocupaba mi aspecto: el cabello desobediente y las ojeras marcadas. Me lavé la cara, respiré, puse un poco de brillo en los labios y vi al espejo la emoción pintada en mi rostro. Recuerdo que el primer detalle que me hizo sonreír en el aeropuerto fue el aviso luminoso colocado encima del carril por donde saldrían las maletas. Indicaba: “15 minutos”, y junto a las palabras, un pequeño icono de una maleta que permanecía inmóvil. Esperé, sin saber por qué me llamaba tanto la atención. Exactamente al cumplirse los quince minutos, la maletica comenzó a desplazarse sobre la pantalla, simulando el recorrido que harían las verdaderas maletas antes de aparecer. Aquella precisión me pareció casi mágica: el tiempo aquí tenía palabra. Y yo, que venía con el corazón al galope, comprendí que había llegado a un país donde incluso los segundos sabían esperar su turno. Todo ocurría con una exactitud serena, una sincronía perfecta entre lo que observaba y lo que comenzaba a suceder en mi vida. A partir de ahí no recuerdo casi nada con nitidez, solo una sensación: me sentía como un riachuelo tranquilo que se deja llevar por la corriente. Unos pasos más adelante vi la palabra AUSGANG (salida) y seguí a otros pasajeros que arrastraban sus maletas hacia la puerta. En ese corto túnel que conduce a la salida no tuve que esforzarme mucho para encontrarlo: allí estaba mi amor. Nuestras miradas se encontraron. Esa sentencia que dice que el tiempo se detiene cuando ocurre algo único y trascendental es muy cierta, porque cuando nuestras miradas se encontraron todo: el ruido, la prisa, el aeropuerto entero; todo eso desapareció. Allí estaba él: alto y flacucho, bello, sostenía en sus manos dos rosas que parecían recién nacidas. Por cierto, esas rosas aún las conservo, secas pero intactas, como testigos silenciosas de ese instante suspendido en el aire. Me entregué a sus brazos. Imaginen el instante como cuando el sol se vuelve una sola línea, fundida entre color y luz en el horizonte. Le mojé el suéter gris azul claro, como sus ojos, con las lágrimas que no supe contener. Al mismo tiempo, sentí cómo él hundía su rostro en mi cabello, enredado como un nido. Markus tomó mi maleta azul marino con el brazo izquierdo. En su derecha llevaba mi mano, apretada a la suya. Caminábamos hacia el estacionamiento hacia la nueva vida que nos esperaba: a acostumbrarnos a despertar juntos, a aprender a convivir, a comunicarnos, a descubrir nuestras diferencias; a adaptarnos al día a día, al espacio personal y al compartido… y a todo lo que la vida en común aún nos iría revelando. Afuera, la noche otoñal había caído, y el frío me recordó la chaqueta de Liliana. Las luces titilaban sobre la calle, sobre los coches, sobre el Limmat, sobre el lago… y dentro de mí también todo titilaba. Era la vida latiendo. Hoy celebro esa fecha con gratitud profunda: Por seguir sintiéndome tan viva y encendida como esas luces a mi llegada. Por Markus, mi amor puro y dulce, mi ángel y mi todo. Por su familia aquí en Suiza: su mamita, siempre tan dulce conmigo; su papito, que desde el cielo nos acompaña; y sus tres hermanos, que me recibieron con cariño y me han hecho sentir parte de ellos. Por mi familia en Venezuela: mi mamita adorada, que me enseñó que tu casa no es siempre un lugar, sino un estado del corazón; mis amadas hermanitas y sobrinos, mis amores y mi corazón latiendo allá y aquí. Por mis amigos de siempre, regados por el mundo, y por los que me ha dado esta tierra generosa: gracias por su amor y por estar allí para mí. Por mis estudiantes, en Venezuela y en Suiza, que me enseñan cada día nuevas formas de mirar el mundo. Agradezco profundamente a mi amiga Liliana, por ayudarme a hacer realidad este viaje y por aquella chaqueta verde oliva que me abrigó el cuerpo y el alma. Y a Irene, por ser ese primer ángel en este país, la calma que me recibió antes de tocar tierra. A Suiza le agradezco su belleza, que se cuela por los ojos: sus paisajes, su silencio, su respeto por el tiempo. Gracias también por la hermosa lengua alemana. Agradezco también haber aprendido este idioma, que me ha abierto nuevas formas de comprender el mundo y de comprenderme a mí misma. Y como el aquí y el ahora son mi verdadero momento, vivo y agradezco los regalos de esta estación: esta luz otoñal que acaricia mis días, los árboles que se elevan majestuosos y dejan caer sus hojas con elegancia, la lluvia y la niebla melancólica, y ese brillo sobre las calles y aceras recién mojadas. Les comparto un poema que “el Negrito”, el esposo de mi hermana María Elena, me regaló antes de partir hace quince años: un poema de Antonio Machado. Caminante, son tus huellas Antonio Machado Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar. Solo quería compartir estos pensamientos de este domingo 19 de octubre de 2025. Un abrazo para todos. Feliz domingo para todos. Fünfzehn Jahre seit jenem Flug 19. Oktober 2025 Heute vor fünfzehn Jahren kam ich in die Schweiz, um mein Leben mit Markus zu beginnen. Es ist unmöglich, nicht an jene Mary Luz zurückzudenken, die am Flughafen Zürich landete – mit der olivgrünen Jacke, die ihre Freundin Liliana sich ausgezogen hatte, um sie ihr zu geben, mit den Worten: „Nimm sie, meine Freundin, du wirst sie brauchen.“ Der Flug Madrid–Zürich kam mir endlos vor – vielleicht, weil mich jede Minute näher zu ihm brachte. Neben mir saß eine fremde Frau, die bald zu einer Seelengefährtin wurde und mir half, mich zu beruhigen. Es war Irene, eine pensionierte Professorin für Neurobiologie an der Universität Zürich, Expertin für den Schlaf der Elefanten. Eine Schweizerin – doch mit einem makellosen Spanisch, von chilenischem Akzent getragen. Mit ihr spürte ich zum ersten Mal die Gelassenheit dieses Landes: die Erfahrung, die zur Zärtlichkeit geworden war, die Ruhe eines Sees, der keine Worte braucht. Ich weiß nicht mehr, wann genau sie mir ihre Telefonnummer gab oder warum. Ich hatte damals kein Handy, aber irgendwie blieb mir diese einfache Geste als erstes Willkommenszeichen tief im Gedächtnis. Seitdem versuchen wir, uns jeden Oktober zu treffen, um an jenen Flug und an unsere Begegnung zu erinnern. Als ich in der Gepäckhalle ankam, beschloss ich, ins Bad zu gehen, weil ich mir Sorgen um mein Aussehen machte: das widerspenstige Haar, die dunklen Augenringe. Ich wusch mir das Gesicht, atmete tief durch, trug ein wenig Glanz auf die Lippen auf – und sah im Spiegel die Aufregung, die sich in meinem Gesicht widerspiegelte. Ich erinnere mich, dass mich das erste Detail, das mich am Flughafen lächeln ließ, ein Leuchtschild über dem Gepäckband war. Es zeigte: „15 Minuten“, daneben das Symbol eines kleinen, unbeweglichen Koffers. Ich wartete, ohne zu wissen, warum mich das so faszinierte. Genau nach fünfzehn Minuten begann das kleine Köfferchen, sich über den Bildschirm zu bewegen, und simulierte die Strecke, die die echten Koffer gleich zurücklegen würden. Diese Präzision erschien mir fast magisch: Hier hatte die Zeit ihr eigenes Wort. Und ich, die mit galoppierendem Herzen angekommen war, verstand, dass ich in einem Land gelandet war, in dem selbst die Sekunden wussten, wann sie an der Reihe waren. Alles geschah in einer stillen Genauigkeit, in einer vollkommenen Synchronie zwischen dem, was ich sah, und dem, was in meinem Leben gerade zu geschehen begann. Von da an erinnere ich mich kaum noch klar, nur an ein Gefühl: Ich war wie ein ruhiger Bach, der sich der Strömung hingibt. Ein paar Schritte weiter sah ich das Wort AUSGANG und folgte den anderen Passagieren, die ihre Koffer hinter sich herzogen. In dem kurzen Tunnel, der zum Ausgang führte, musste ich mich kaum anstrengen, ihn zu finden – dort stand er, meine Liebe. Unsere Blicke trafen sich. Dieser Satz, dass die Zeit stillsteht, wenn etwas Einzigartiges und Wesentliches geschieht, ist wahr. Denn als sich unsere Blicke trafen, verschwand alles: der Lärm, die Eile, der ganze Flughafen. Da stand er – groß, schlank, schön – mit zwei Rosen in den Händen, die aussahen, als wären sie gerade erblüht. Übrigens, diese Rosen habe ich noch – getrocknet, aber unversehrt, stille Zeuginnen dieses in der Luft schwebenden Augenblicks. Ich fiel ihm in die Arme. Stellt euch den Moment vor, wenn die Sonne zu einer einzigen Linie wird – verschmolzen zwischen Farbe und Licht am Horizont. Ich tränkte seinen Pullover der die selbe hellgrau-blaue Farbe aufwies wie seine Augen, mit den Tränen, die ich nicht zurückhalten konnte. Gleichzeitig spürte ich, wie er sein Gesicht in mein Haar tauchte, das verheddert war wie ein Nest. Markus nahm meinen marineblauen Koffer mit der linken Hand. In seiner rechten hielt er meine – fest umschlossen. Wir gingen zum Parkplatz, hinein in das neue Leben, das auf uns wartete: um uns daran zu gewöhnen, gemeinsam aufzuwachen, zusammenzuleben, miteinander zu sprechen, unsere Unterschiede zu entdecken; uns an den Alltag, an den persönlichen und den gemeinsamen Raum zu gewöhnen… und an all das, was uns das gemeinsame Leben noch lehren würde. Draußen war die Herbstnacht hereingebrochen, und die Kälte erinnerte mich an Lilianas Jacke. Die Lichter glitzerten auf der Straße, auf den Autos, auf der Limmat, auf dem See, – und in mir glitzerte alles ebenfalls. Es war das Leben, das pochte. Heute feiere ich dieses Datum mit tiefer Dankbarkeit: Dafür, dass ich mich noch immer so lebendig und leuchtend fühle wie jene brennenden Lichter bei meiner Ankunft. Für Markus, meine reine und sanfte Liebe, meinen Engel, mein Alles. Für seine Familie hier in der Schweiz: seine liebe Mutter, die immer so herzlich zu mir ist; seinen Vater, der uns vom Himmel aus begleitet; und seine drei Brüder, die mich mit Zuneigung aufgenommen und mich Teil von ihnen werden ließen. Für meine Familie in Venezuela: für meine geliebte Mutter, die mich lehrte, dass ein Zuhause nicht immer ein Ort ist, sondern ein Zustand des Herzens; meine geliebten Schwestern und Neffen, meine Lieben, mein Herz, das dort und hier schlägt. Für meine Freunde, überall auf der Welt verstreut, und für die, die mir dieses großzügige Land geschenkt hat: danke für eure Liebe und dafür, dass ihr für mich da seid. Für meine Schüler in Venezuela und in der Schweiz, die mich jeden Tag neue Wege lehren, die Welt zu betrachten. Ich danke meiner Freundin Liliana von Herzen – dafür, dass sie mir geholfen hat, diese Reise zu verwirklichen, und für jene olivgrüne Jacke, die meinen Körper und meine Seele zugleich wärmte. Und Irene – dafür, dass sie mein erster Engel in diesem Land war, die Ruhe, die mich empfing, noch bevor ich Schweizer Boden berührte. Der Schweiz danke ich für ihre Schönheit, die durch die Augen in die Seele fließt – für ihre Landschaften, ihre Stille und ihren Respekt vor der Zeit. Und ich bin dankbar für die schöne deutsche Sprache, die mir so viel eröffnet hat. Und da das Hier und Jetzt mein wahrer Augenblick ist, lebe und genieße ich die Geschenke dieser Jahreszeit: das herbstliche Licht, das meine Tage streichelt, die Bäume, die sich majestätisch erheben und ihre Blätter mit Eleganz fallen lassen, den Regen und den Nebel, der melancholische Stimmung bewirkt, und jenen Glanz auf den frisch nassen Straßen und Gehwegen. Ich möchte mit euch ein Gedicht teilen, das mir „El Negrito“, der Ehemann meiner Schwester María Elena, vor fünfzehn Jahren als Geschenk auf ein Stück Papier geschrieben hat: es ist ein Gedicht von Antonio Machado. Wanderer, es gibt keinen Weg von Antonio Machado (Übersetzung: Hans Leopold Davi) Wanderer, deine Spuren sind der Weg, und sonst nichts; Wanderer, es gibt keinen Weg, der Weg entsteht im Gehen. Im Gehen entsteht der Weg, und blickst du zurück, siehst du den Pfad, den niemals du wirst erneut beschreiten. Wanderer, es gibt keinen Weg, nur Wellen im Meer. Ich wollte einfach diese Gedanken an diesem Sonntag, dem 19. Oktober 2025, mit euch teilen. Eine Umarmung für alle! Einen schönen Sonntag!
von Mary Hammer 9. August 2025
La misión lunar para hacernos brutos (versión en español) Ver la noticia de la muerte del astronauta Jim Lovell me llevó a rescatar un recuerdo gracioso de mi infancia, allá por 1981 o 1982. En casa no teníamos televisión, un detalle nada menor, porque en aquellos años acostumbrábamos a asomarnos por la ventana de nuestra vecina Ana para ver las comiquitas. A veces, si teníamos suerte, nos permitían entrar también y, después de hacer las tareas, a menudo podíamos verlas en la sala, como si fuera nuestro pequeño cine privado. Yo tendría unos nueve años y, por entonces, mi abuelita Magdalena —que estaba de visita desde Colombia— se quedaba con nosotros. Aquel día me encontraba, como tantas veces, mirando por la ventana de la señora Ana, hipnotizada por las imágenes en la pantalla. Recuerdo que balanceaba las caderas de un lado a otro, intentando aguantar las ganas de hacer pipí, pero nada podía moverme de ese lugar. El sol brillaba con descaro y el calor era intenso, aunque yo estaba demasiado absorta para notarlo. La escena en la televisión me dejó paralizada: unos hombres llegaban a la Luna. Bajaban lentamente de una nave, enfundados en trajes blancos que parecían hacerlos flotar a cada paso. Mi mente infantil se empeñaba en conectar aquella Luna de la televisión con la que yo veía de noche, rodeada de estrellas titilantes. Supongo que el programa celebraba el decimocuarto aniversario de la llegada del hombre a la Luna porque la misión Apolo 11 había alunizado en 1969. Yo estaba fascinada por lo que veía. Entonces, el señor Nectario, esposo de la señora Ana, se levantó de su silla con sus movimientos pausados y, como quien tiene algo mejor que hacer, fue hasta la esquina de la sala y apagó la tele. Yo me fui corriendo a casa, pero con la película aún proyectándose, encendida y vibrante, en mi cabeza. Al llegar al patio, mi abuelita lavaba la ropa a mano en un lavadero de cemento. Me acerqué, agitada, y le solté con entusiasmo: —Abuelita, ¿puedes creer que a esa luna que ves cada noche llegaron unos hombres en una nave espacial? ¡Lo acabo de ver en la televisión! Enterraron una bandera de América allí mismo, abuelita. Ella apartó sus manos arrugadas del agua y negó con la cabeza: —Mija, esos americanos ya no hallan qué inventar para que niños como tú y gente ignorante se vuelvan adictos a la televisión. Quieren que nos mantengamos burros, sin estudiar, pegados a esa caja. Sus palabras fueron como un cubo de agua fría sobre mi entusiasmo. Sin embargo, salí del patio convencida de algo: ese plan malévolo de los americanos no podía tocar nuestra casa... porque no teníamos televisión. Sonreí con satisfacción; una sesación de triunfo me enderezó la espalda y me llenó de orgullo. Mi abuela, mientras lavaba me había compartido una verdad que el mundo ignoraba: la conspiración de los americanos para volvernos brutos y zombis frente a la pantalla. Esa noche, sentada con mi madre y mis hermanas frente a la casa, la luna brillaba en un cielo oscuro salpicado de estrellas titilantes. Miraba al cielo. El dilema entre lo que había visto y lo que había escuchado de mi abuelita se adueñaba de mi mente. No dudaba de ella, pero tampoco dejaba de soñar de que todo aquello que mis ojos habían atrapado fuera de verdad, cierto. Hoy, al saber que este gran hombre —que junto a Neil Armstrong y Buzz Aldrin llegó por primera vez a esa Luna— ha partido, me nace regalarles esta pequeña anécdota. Y qué mejor día que hoy, noche de luna llena. RIP Jim, que ese viaje por la Luna nunca termine para ti. Die Mondmission, um uns dumm zu machen (VERSIÓN ALEMÁN) Die Nachricht vom Tod des Astronauten Jim Lovell brachte mich dazu, eine lustige Erinnerung aus meiner Kindheit hervorzuholen, irgendwann um 1981 oder 1982. Zu Hause hatten wir keinen Fernseher – ein nicht unwichtiger Umstand, denn in jenen Jahren schauten wir oft durch das Fenster unserer Nachbarin Ana, um Zeichentrickfilme zu sehen. Manchmal, wenn wir Glück hatten, durften wir sogar hineingehen, und nachdem wir die Hausaufgaben erledigt hatten, konnten wir sie oft im Wohnzimmer sehen – wie in unserem eigenen kleinen Privatkino. Ich war damals etwa neun Jahre alt, und zu dieser Zeit war meine Großmutter Magdalena – die aus Kolumbien zu Besuch war – bei uns. An jenem Tag stand ich, wie so oft, am Fenster von Señora Ana und war gebannt von den Bildern auf dem Bildschirm. Ich erinnere mich, wie ich meine Hüften von einer Seite zur anderen wiegte, versuchte, den Harndrang zu unterdrücken, aber nichts konnte mich von diesem Platz vertreiben. Die Sonne schien unverschämt hell, die Hitze war drückend – doch ich war viel zu vertieft, um es zu bemerken. Die Szene im Fernsehen ließ mich erstarren: Männer landeten auf dem Mond. Langsam stiegen sie aus einem Raumschiff, in weiße Anzüge gehüllt, die sie bei jedem Schritt schweben ließen. Mein kindlicher Verstand wollte unbedingt diesen Mond im Fernsehen mit dem verbinden, den ich nachts am Himmel sah, umgeben von funkelnden Sternen. Ich nehme an, es war ein Programm zum vierzehnten Jahrestag der ersten Mondlandung, denn Apollo 11 war 1969 gelandet. Ich war fasziniert von dem, was ich sah. Da stand Señor Nectario, der Ehemann von Señora Ana, gemächlich von seinem Stuhl auf, als hätte er Wichtigeres zu tun, ging in die Ecke des Wohnzimmers und schaltete den Fernseher aus. Ich lief nach Hause – doch in meinem Kopf lief der Film weiter, hell und lebendig. Im Hof angekommen, stand meine Großmutter am Waschbecken aus Beton und wusch Wäsche mit der Hand. Aufgeregt ging ich zu ihr und platzte heraus: —Abuelita, kannst du glauben, dass auf diesem Mond, den du jede Nacht siehst, Männer in einem Raumschiff gelandet sind? Ich habe es gerade im Fernsehen gesehen! Sie haben dort eine amerikanische Fahne aufgestellt, Abuelita. Sie zog ihre runzligen Hände aus dem Wasser und schüttelte den Kopf: —Mija, diese Amerikaner wissen nicht mehr, was sie erfinden sollen, damit Kinder wie du und unwissige Leute fernsehsüchtig werden. Sie wollen, dass wir dumm bleiben, nicht lernen und an dieser Kiste kleben. Ihre Worte waren wie ein Eimer kaltes Wasser auf meine Begeisterung. Doch ich verließ den Hof mit der festen Überzeugung, dass dieser teuflische Plan der Amerikaner unser Haus nicht erreichen konnte… weil wir keinen Fernseher hatten. Ich lächelte zufrieden; ein Gefühl des Triumphes richtete meinen Rücken auf und erfüllte mich mit Stolz. Meine Großmutter hatte mir beim Wäschewaschen eine Wahrheit verraten, die die Welt nicht kannte: die Verschwörung der Amerikaner, uns zu dummen Zombies vor dem Bildschirm zu machen. An diesem Abend saß ich mit meiner Mutter und meinen Schwestern vor dem Haus, während der Mond am dunklen, sternenübersäten Himmel leuchtete. Ich schaute immer wieder hinauf. Der Zwiespalt zwischen dem, was ich gesehen hatte, und dem, was meine Großmutter gesagt hatte, beschäftigte meinen Kopf. Ich zweifelte nicht an ihr, aber ich hörte auch nicht auf zu träumen, dass all das, was meine Augen eingefangen hatten, wahr sein könnte. Heute, da ich erfahre, dass dieser große Mann – der zusammen mit Neil Armstrong und Buzz Aldrin zum ersten Mal auf diesem Mond stand – von uns gegangen ist, möchte ich euch diese kleine Anekdote schenken. Und was für ein besserer Tag als heute, in einer Vollmondnacht. RIP Jim – möge diese Reise um den Mond für dich niemals enden.
von 2213845 Service Account 22. Juli 2025
Ella es mi hermana gemela. María Elena Jinete. (VERSIÓN ESPAÑOL-ALEMÁN)
von 2213845 Service Account 29. Juni 2025
Merengue, risas y BBQ: un idioma que se vive con los cinco sentidos
von Markus Hammer 26. Januar 2025
Evento caritativo de nuestra escuela de español
von Mary Hammer 16. Januar 2025
Curso de Lectura y Conversación: UN LIBRO-UNA HISTORIA
von Mary Luz Hammer 22. November 2024
Un poema, una emoción: Explorando la nostalgia de Heinrich Heine desde el exilio.
von Mary Hammer 17. Oktober 2024
El día 30 de septiembre de 2024 nos reunimos nuevamente en nuestra escuela por una buena causa: practicar español con el fin de apoyar a una persona enferma en mi país Venezuea. Los estudiantes y amigos de nuestra escuela conocieron en vivo la historia de una joven talentosa venezolana: GENA LIEVANO. Proveniente de Caracas, Venezuela, nació en el seno de una familia con talento musical. Casi todos sabían tocar un instrumento. Era previsible que Gena también seguiría ese mismo camino en su profesión, pues ya con solo dos años, ella comenzaba a aprender a tocar el piano, después el chelo, la flauta y después el oboe; instrumento con el cual decidió especializase antes de seguir el camino profesional de Dirección de Orquestas. Sus recuerdos de la niñez y adolescencia transitan entre la escuela formal y una institución en Caracas, conocida por los músicos como El Sistema. Se trata de una fundación del Estado para el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, que ofrece una educación musical integral con un enfoque en la formación orquestal y coral. Cabe destacar que fue fundada en 1975 por el maestro José Antonio Abreu, con el objetivo de promover la música como una herramienta para la inclusión social y el desarrollo personal, especialmente para niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad. Así pues, como dije antes, la vida de esta joven giraba en torno a estudiar para sus clases, hacer sus deberes escolares, practicar sus instrumentos e ir al Sistema. Fue en este momento de la entrevista en que alguien, no recuerdo quién, quiso preguntarle si veía con reservas esa etapa de su vida, pues tenía una vida social muy limitada. Gena nos confesó que, el hecho de no haber conocido otra rutina más que esta, no la hacía añorar otra vida. De hecho, ella considera que sus verdaderos amigos estaban en el Sistema, por eso, veía con ilusión ir a este lugar. A los 16 años, viajó por primera vez a París de vacaciones con sus hermanos. Literalmente lo describió así: "Fue amor a primera vista, e inmediatamente supe que era allí donde quería vivir y estudiar en el futuro".Y así fue. Dos años después Paris y su encanto la esperaban; sin embargo, todo comienzo trae consigo sus desafios, y para Gena no fue la excepción. Por un lado, debía trabajar como niñera para ganarse la vida mientras audicionaba para poder lograr hacer estudios superiores de dirección de música en Conservatorios, Filarmónicas y finalmente en la Universidad de Paris. Por el otro, el gran desafío de lograr obtener una oportunidad para demostrar todo lo que sabía sobre música. Ella había aprendido muchísimo en el Sistema pero sin obtener certificación alguna. Gena nos explicó que en el Sistema el estudiante de música nunca recibe certificación oficial. De modo que, en el curriculum de Gena faltaba algo que certificara los años de esfuerzo y dedicación por la música y esto no debía ser algo fácil de entender en las escuelas parisinas. Otra situación incómoda fueron las criticas directas de algunos profesores tras el deseo de Gena de estudiar Dirección de Orquesta. "Una mujer no es capaz de dirigir" " No tienes el temple para ser una directora" " haz otra cosa". Decidir seguir este camino a pesar de toda esta presión es admirable y dice mucho del caracter de Gena, porque recuerden que ella era aun muy joven, estaba sola en Paris, no hablaba bien francés y no tenía consigo la acreditación que le exigían. Ella se mantuvo y se ha mantenido firme a su sueño y eso inspira. Un punto muy importante que no debemos pasar por alto es el hecho de que el amor llegó a la vida de Gena y fue también musical porque su amor también toca el oboe como ella. La historia de cómo se conocieron es muy larga. Solo resumo esto diciendo que juntos iniciaron su primer gran proyecto. Durante la pandemia, Gena y su novio tuvieron la idea de contactar muchos amigos músicos en Paris que no tenían trabajo para formar una orquesta propia. La llamaron Ánima, y es algo que mis estudiantes y yo vemos con mucha admiración. En este momento me vino a la mente lema que decidió poner Gena en el aviso de publicidad que hice para Conlinguas en Vivo: "Me gusta conectar el mundo a través de la música", quizás pensé en esto por la pregunta de mi estudiante Moritz acerca de la manera en la que Gena conecta a con los músicos en el momento que dirige una orquesta. Ella nos dijo que dejaba primero que la música se conectara con el músico primero porque cada uno va a sentirla de manera individual. Entonces, venía ella a que todo ese sentir se fusionara para que surgiera algo armonioso. Yo imaginé a Gena como a un río, allí llegaban todas las aguas que fluiran armoniosamente a algún lugar y nos va a tocar las fibras a todos. Cada director tiene su estilo y forma particular de dirigir. Nosotros aquí en Conlinguas, quedamos extremadamente curiosos. Queremos ver a esta joven talento en acción dirigiendo a una orquesta. He escuchado durante estas dos semanas la historia de Gena contada por mis estudiantes. Ha sido, como siempre, una experiencia maravillosa. A mí me encanta escuchar historias. Cada uno encuentra su modo de contar una misma historia. A mi pregunta final: Qué aprendiste de Gena? Todos coincidimos: Estar claro sobre lo que uno desea es un gran paso, pero no se puede quedar allí. Lo siguiente es el empeño, la disciplina y perseverancia para lograr tu sueño. Gena ha sido esto y más, por eso sabemos que lo va a lograr. Estoy segura de que en unos años, no muy lejanos, sabremos más de esta joven mujer por los periódicos y televisión, porque les aseguro que estará dirigiendo orquestas de renombre. Gracias Gena por todos lo que nos enseñaste a través de tu historia de vida. Igualmente, agradezco a mis estudiantes de español y amigos de Conlinguas por su participación y su apoyo a que continúe estas bonitas sesiones. A la Sra Luzmary Nacache, a la mujer que le dedicamos este evento, le deseamos pronta recuperación y una salud fuerte. Un abrazo para todos. Mary