Hector Rago en Conlinguas en Vivo- Español con fines benéficos

El físico y divulgador científico Héctor Ragó en Conlinguas en Vivo


Es profesor adscrito al Grupo de Física y al Centro de Física Fundamental en la facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes, Mérida, con maestría y doctorado en La Universidad Central de Venezuela, Caracas. Hace unos años tuvo que emigrar a Bucaramanga, Colombia debido a la insostenible situación económica de Venezuela. Allí empezó una nueva vida: Desde empezar a dar clases particulares, trabajar en la Universidad de Bucaramanga hasta crear su propio proyecto de divulgación científica: ASTRONOMÍA AL AIRE. Héctor quiso apoyar nuestro proyecto compartiendo con nuestros estudiantes y amigos de la escuela su historia de vida, quién es el hombre detrás del apasionado por la física teórica, la relatividad y las ecuaciones de Einstein. Es un honor contar con un físico entre los invitados especiales en Conlinguas en Vivo.


Este evento estuvo dedicado a la salud de Katiusca Mercado quien debía ser operada con urgencia

von Mary Luz 5. November 2025
Más que un estudiante: la historia de Marco en Conlinguas Hay estudiantes que dejan huellas profundas, que se vuelven parte de la historia de una escuela. Marco es, sin duda, uno de ellos. Desde 2016, Marco forma parte de la familia Conlinguas. Han pasado ya nueve años desde que comenzó a aprender español conmigo, y durante todo este tiempo ha estado presente en cada etapa del crecimiento de la escuela. Cuando iniciamos nuestras clases, Marco trabajaba en un banco en Zúrich. Era el único estudiante por el que debía levantarme a las cinco de la mañana porque quería estudiar antes de comenzar su jornada laboral a las ocho. En aquel entonces, Conlinguas aún no existía; yo trabajaba de forma independiente y también colaboraba con otra escuela mediante contratos. Daba clases donde fuera posible: en empresas, en las casas de los estudiantes, en cafeterías e incluso al aire libre. Recuerdo especialmente a una profesora de yoga que solo quería aprender caminando, y nuestras lecciones transcurrían entre árboles, en medio del bosque. La meta inicial de Marco era clara: prepararse para trabajar unos meses en Colombia. Sin embargo, más adelante supe que detrás de esa meta profesional había una razón aún más profunda y conmovedora. En 2014 había nacido Sofía, su ahijada. Su madre era suiza y su padre, argentino. La niña creció en Argentina y, aunque entendía alemán, no lo hablaba. Como Sofía hablaba solo español, Marco decidió aprenderlo para poder comunicarse con ella sin barreras. Ese gesto revela la sensibilidad que siempre he visto en él. Con el tiempo, Marco ha recorrido buena parte de Latinoamérica: Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia, Perú, México y Ecuador. En cada país ha descubierto algo nuevo del idioma, de su gente y de sí mismo. Si te sientas frente a él y le preguntas qué lugares visitar, tiene tanto que contar, tantas historias llenas de vida. Cada una está llena de colores, acentos, sabores y sonrisas. Y siempre me dice que, cuando la situación en Venezuela mejore, sueña con conocer el país de su profesora de español. Esa misma curiosidad que lo ha llevado a descubrir nuevos lugares es la que lo ha impulsado a participar con entusiasmo en las actividades que propongo en Conlinguas. Marco ha tomado clases privadas, en grupo y en pareja; asistía a nuestro antiguo club de conversación en español, ha leído libros en el club de lectura y ha participado activamente en los eventos virtuales “Conlinguas en Vivo”, con fines benéficos, donde apoyamos a una persona enferma en Venezuela con su tratamiento. Su compromiso ha sido constante y generoso, siempre dispuesto a aportar y acompañar. Cuando llegó la pandemia, Conlinguas ya era una escuela con un pequeño equipo de profesores de español, inglés y alemán que trabajaban por contrato. Las restricciones, el miedo y la incertidumbre paralizaron al mundo. De pronto, los profesores de mi escuela se quedaron sin alumnos y yo estaba, como tantos otros pequeños emprendimientos, en una situación frágil. Tuve que animar a mis estudiantes a continuar su aprendizaje virtualmente. Algunos aceptaron, pero otros no tenían ánimo, y era comprensible. Ese mundo digital para dar clases virtuales era completamente nuevo para mí y, sinceramente, me daba mucho miedo. No sabía cómo funcionaban las plataformas ni cómo mantener la cercanía a través de una pantalla. En ese momento, Marco y su grupo —al que yo llamaba con cariño el “Dream Team”, formado por Marco, Sarita, Robert, Rafaela y Angelita— fueron fundamentales. Me acompañaron con paciencia, me tranquilizaron y me enseñaron, paso a paso, a perder el miedo. Marco me dijo una vez: —“No tengas miedo, Mary. Si cometes un error, nada puede pasar, todos te guiamos.”— Esa frase me hizo ver que yo no tenía que saberlo todo, que también era mi momento de aprender de mis estudiantes. En la historia de Marco no solo lo veo a él: también recupero retazos de mí misma. Sentirse vulnerable y, al mismo tiempo, sostenida por quienes confían en ti, fue una de las experiencias más valiosas de mi vida como profesora. Aproveché la pandemia para aprender, hacer cursos y entender que la tecnología sería una gran herramienta. Muchos grupos se animaron a continuar aprendiendo, y sentía que, aunque faltaban los abrazos físicos, conseguíamos sentirnos cerca. Desde el año pasado, Marco está decidido a presentar el examen DELE C1, que certifica internacionalmente su nivel avanzado de español. Nos estamos preparando juntos con dedicación: repasando, conversando y puliendo los detalles que consolidan su gran recorrido con el idioma. Para mí, Marco representa exactamente lo que significa aprender una lengua: crecer, conectar y transformar la vida a través de las palabras. Su constancia, su entusiasmo y su fe en este proceso me inspiran profundamente. Me llena el corazón mirar atrás y verlo en cada etapa de esta historia: desde los primeros años sin un lugar físico hasta hoy, que Conlinguas es una comunidad viva y con mucha energía positiva. Querido Marco, hoy quiero celebrarte y agradecerte a través de este escrito, porque eres y has sido un gran regalo para el alma de Conlinguas y para el aprendizaje de tu profesora. Mehr als ein Schüler: Die Geschichte von Marco bei Conlinguas Es gibt Schüler, die tiefe Spuren hinterlassen – die zu einem Teil der Geschichte einer Schule werden. Marco ist zweifellos einer von ihnen. Seit 2016 gehört Marco zur Conlinguas-Familie. Neun Jahre sind vergangen, seit er begann, Spanisch mit mir zu lernen, und in all dieser Zeit war er in jeder Phase des Wachstums unserer Schule dabei. Als wir mit dem Unterricht anfingen, arbeitete Marco in einer Bank in Zürich. Er war der einzige Schüler, für den ich um fünf Uhr morgens aufstehen musste, weil er vor seiner Arbeit um acht Uhr lernen wollte. Damals existierte Conlinguas noch nicht; ich arbeitete selbstständig und unterrichtete zusätzlich für eine andere Sprachschule auf Vertragsbasis. Ich gab Unterricht, wo immer es möglich war – in Firmen, bei den Schülern zu Hause, in Cafés und sogar im Freien. Ich erinnere mich besonders an eine Yogalehrerin, die nur beim Spazierenlernen wollte – unsere Stunden fanden zwischen den Bäumen im Wald statt. Marcos ursprüngliches Ziel war klar: Er wollte sich darauf vorbereiten, ein paar Monate in Kolumbien zu arbeiten. Doch später erfuhr ich, dass hinter diesem beruflichen Ziel ein noch tieferer und bewegenderer Grund stand. 2014 wurde Sofía geboren, seine Patentochter. Ihre Mutter ist Schweizerin, ihr Vater Argentinier. Das Mädchen wuchs in Argentinien auf und verstand zwar Deutsch, sprach es aber nicht. Da Sofía nur Spanisch sprach, entschied sich Marco, die Sprache zu lernen, um ohne Barrieren mit ihr sprechen zu können. Diese Geste zeigt die Sensibilität, die ich immer in ihm gesehen habe. Im Laufe der Zeit hat Marco einen großen Teil Lateinamerikas bereist: Argentinien, Uruguay, Brasilien, Kolumbien, Peru, Mexiko und Ecuador. In jedem Land hat er etwas Neues über die Sprache, die Menschen und sich selbst entdeckt. Wenn man ihm gegenübersitzt und fragt, welche Orte man besuchen sollte, hat er so viel zu erzählen – Geschichten voller Farben, Akzente, Aromen und Lächeln. Und er sagt mir immer, dass er, wenn sich die Situation in Venezuela verbessert, eines Tages das Land seiner Spanischlehrerin kennenlernen möchte. Diese gleiche Neugier, die ihn dazu gebracht hat, neue Orte zu entdecken, hat ihn auch motiviert, an den Aktivitäten teilzunehmen, die ich bei Conlinguas anbiete. Marco hat Privat-, Gruppen- und Partnerunterricht genommen; er besuchte früher unseren Gesprächsclub auf Spanisch, las Bücher im Leseklub und nahm aktiv an unseren virtuellen Benefizveranstaltungen „Conlinguas en Vivo“ teil, mit denen wir eine kranke Person in Venezuela unterstützten. Seine Beteiligung war stets großzügig und engagiert – immer bereit, beizutragen und dabei zu sein. Als die Pandemie kam, war Conlinguas bereits eine kleine Schule mit einem engagierten Team von Spanisch-, Englisch- und Deutschlehrern, die auf Vertragsbasis arbeiteten. Die Einschränkungen, die Angst und die Unsicherheit legten die Welt lahm. Plötzlich hatten die Lehrer keine Schüler mehr, und ich befand mich – wie so viele kleine Unternehmen – in einer fragilen Situation. Ich musste meine Schüler ermutigen, ihr Lernen online fortzusetzen. Einige machten weiter, andere hatten keine Kraft – und das war völlig verständlich. Die digitale Welt des Onlineunterrichts war für mich völlig neu, und ehrlich gesagt machte sie mir große Angst. Ich wusste nicht, wie die Plattformen funktionierten oder wie ich die Nähe zu meinen Schülern aufrechterhalten konnte. In dieser Zeit waren Marco und seine Gruppe – liebevoll von mir „Dream Team“ genannt, bestehend aus Marco, Sarita, Robert, Rafaela und Angelita – von unschätzbarem Wert. Sie begleiteten mich geduldig, beruhigten mich und halfen mir Schritt für Schritt, meine Angst zu überwinden. Marco sagte einmal zu mir: —„Hab keine Angst, Mary. Wenn du einen Fehler machst, passiert gar nichts – wir führen dich.“— Dieser Satz ließ mich erkennen, dass ich nicht alles wissen musste – dass es auch meine Zeit war, von meinen Schülern zu lernen. In Marcos Geschichte sehe ich nicht nur ihn, sondern auch Stücke von mir selbst. Sich verletzlich zu fühlen und gleichzeitig von den Menschen getragen zu werden, die an dich glauben, war eine der wertvollsten Erfahrungen meines Lebens als Lehrerin. Ich nutzte die Pandemie, um zu lernen, Kurse zu belegen und zu verstehen, dass Technologie ein wunderbares Werkzeug sein kann. Viele Gruppen fassten neuen Mut, weiterzulernen, und ich spürte, dass wir, obwohl die Umarmungen fehlten, uns trotzdem ganz nah fühlten. Seit letztem Jahr bereitet sich Marco darauf vor, das DELE-C1-Examen abzulegen, das sein fortgeschrittenes Spanischniveau international bestätigt. Wir bereiten uns gemeinsam darauf vor – mit Gesprächen, Wiederholungen und kleinen Korrekturen, die sein beeindruckendes sprachliches Wachstum abrunden. Für mich verkörpert Marco, was es wirklich bedeutet, eine Sprache zu lernen: zu wachsen, sich zu verbinden und das Leben durch Worte zu verwandeln. Seine Beständigkeit, seine Begeisterung und sein Vertrauen in diesen Prozess inspirieren mich zutiefst. Mein Herz füllt sich mit Freude, wenn ich zurückblicke und ihn in jeder Etappe dieser Geschichte sehe – von den ersten Jahren ohne festen Ort bis heute, wo Conlinguas eine lebendige Gemeinschaft voller positiver Energie ist. Lieber Marco, heute möchte ich dich feiern und dir danken – denn du bist und bleibst ein großes Geschenk für die Seele von Conlinguas und für das Lernen deiner Lehrerin.
von Mary Luz 20. Oktober 2025
La historia de Michaelito y su español Michael estudió español en Conlinguas durante cuatro años, con una visión muy clara: algún día mudarse a España, el país que siempre había sentido como su segundo hogar. Durante años, él y su esposo Armin viajaban dos veces al año a un pequeño pueblo pintoresco de las Islas Canarias. Iban cuando el tiempo en Suiza era gris y frío. Pasaban allí unos días, y se notaba cómo ambos se recargaban con la energía del sol, del mar y de la tranquilidad del lugar. En ese rincón, siempre se habían sentido “en casa”. Michael es peluquero de profesión y durante mucho tiempo tuvo su propia peluquería en Zúrich. Cuando finalmente decidió vender su negocio, todo empezó a fluir. Poco a poco, las piezas se fueron colocando en su sitio y lo que siempre habían soñado comenzó a hacerse realidad. Esa historia me enseñó algo muy valioso: que cuando uno confía, el universo conspira para hacer posibles los grandes sueños. Cuando todo parecía difícil, las cosas se fueron dando una tras otra. Un día, recibí su mensaje: “Mary, ¡nos vamos a vivir a España en unos meses!” Desde entonces, hemos estado en contacto, y sé que lo estaremos siempre. Ahora, Michael y Armin viven en ese paraíso del Atlántico donde cada día comienza con una conversación en español y una sonrisa compartida. Recuerdo que a Michael no le gustaba estudiar los tiempos del indefinido y el imperfecto. Un día me dijo en clase, medio en broma y medio en serio: “Mary, esos tiempos son demasiado complicados, odio tener que memorizar los irregulares.” Me hizo mucha gracia que, ya viviendo en España, me escribiera para darme las gracias por mi insistencia. “Mary, gracias por no rendirte conmigo… ¡los necesito todo el tiempo para contar historias!” Con el tiempo, Michael ha empezado a usar palabras muy típicas de Canarias: dice guagua en lugar de autobús, bicho en lugar de insecto o currar en lugar de trabajar. La gente del pueblo los quiere mucho y los ha acogido con cariño desde el principio. Ya cuando iban de vacaciones, Michael y Armin se sentían parte de la comunidad. Ahora, viviendo allí, forman realmente parte de ella. Siento que lo que me da motivación y me impulsa en mi trabajo es ver cómo esa semilla que he sembrado en el corazón de un estudiante comienza a crecer dentro de él. Que no solo use el idioma como un medio para comunicarse con otros, sino que lo viva plenamente: disfrutando su música, sus sabores y sus tradiciones. En las Islas Canarias, Michael y Armin han aprendido expresiones idiomáticas típicas de la región, y me hace muchísima gracia escucharlas en sus bocas. Es en esos pequeños momentos cuando entiendo que enseñar una lengua es, en realidad, ayudar a que alguien viva una nueva forma de sentir el mundo. Die Geschichte von Michaelito und seinem Spanisch Michael lernte vier Jahre lang Spanisch bei Conlinguas – mit einer ganz klaren Vision: Eines Tages wollte er nach Spanien ziehen, in das Land, das er immer schon als seine zweite Heimat empfunden hatte. Viele Jahre lang reisten er und sein Ehemann Armin zweimal im Jahr in ein kleines, malerisches Dorf auf den Kanarischen Inseln. Sie fuhren dorthin, wenn das Wetter in der Schweiz grau und kalt war. Dort verbrachten sie einige Tage, und man konnte spüren, wie sie beide neue Energie aus der Sonne, dem Meer und der Ruhe des Ortes schöpften. In dieser Ecke der Welt hatten sie sich immer „zu Hause“ gefühlt. Michael ist von Beruf Friseur und hatte lange Zeit seinen eigenen Salon in Zürich. Als er schließlich beschloss, sein Geschäft zu verkaufen, begann alles zu fließen. Schritt für Schritt fügte sich alles zusammen, und das, wovon sie immer geträumt hatten, wurde Wirklichkeit. Diese Geschichte hat mir etwas sehr Wertvolles beigebracht: Wenn man vertraut, verschwört sich das Universum, um große Träume möglich zu machen. Als alles schwierig schien, begann sich doch eins nach dem anderen zu fügen. Eines Tages erhielt ich seine Nachricht: „Mary, wir ziehen in ein paar Monaten nach Spanien!“ Seitdem sind wir in Kontakt geblieben – und ich weiß, dass das immer so bleiben wird. Jetzt leben Michael und Armin in diesem Paradies im Atlantik, wo jeder Tag mit einem Gespräch auf Spanisch und einem gemeinsamen Lächeln beginnt. Ich erinnere mich, dass Michael es nicht mochte, die Vergangenheitszeiten Indefinido und Imperfecto zu lernen. Eines Tages sagte er im Unterricht, halb im Scherz und halb im Ernst: „Mary, diese Zeiten sind viel zu kompliziert – ich hasse es, all diese unregelmäßigen Formen auswendig lernen zu müssen!“ Ich musste sehr lachen, als er mir später, schon in Spanien, schrieb, um sich für meine Hartnäckigkeit zu bedanken. „Mary, danke, dass du nie aufgegeben hast … ich brauche sie ständig, um Geschichten zu erzählen!“ Mit der Zeit hat Michael begonnen, ganz typische kanarische Wörter zu benutzen: Er sagt guagua statt Bus, bicho statt Insekt oder currar statt arbeiten. Die Leute im Dorf mögen sie sehr und haben sie von Anfang an mit viel Zuneigung aufgenommen. Schon als sie nur im Urlaub kamen, fühlten sich Michael und Armin als Teil der Gemeinschaft – und jetzt, da sie dort leben, sind sie es wirklich. Ich spüre, dass das, was mich in meiner Arbeit motiviert und antreibt, genau das ist: zu sehen, wie dieser kleine Samen, den ich im Herzen eines Schülers gepflanzt habe, in ihm zu wachsen beginnt. Dass er die Sprache nicht nur als Mittel der Kommunikation nutzt, sondern sie lebt – ihre Musik, ihre Geschmäcker und ihre Traditionen genießt. Auf den Kanarischen Inseln haben Michael und Armin typische Redewendungen der Region gelernt, und es bringt mich jedes Mal zum Lachen, sie aus ihrem Mund zu hören. In diesen kleinen Momenten wird mir klar, dass das Lehren einer Sprache in Wahrheit bedeutet, jemandem zu helfen, eine neue Art zu entdecken, die Welt zu fühlen.
von Mary Luz Hammer 19. Oktober 2025
Quince otoños desde aquel vuelo 19 de octubre de 2025 Hoy hace quince años llegué a Suiza para comenzar mi vida con Markus. Es imposible no volver a aquella Mary Luz que aterrizó en el aeropuerto de Zúrich con la chaqueta verde oliva que su amiga Liliana se había quitado de encima para dársela, diciendo: —Toma, amiga, la vas a necesitar. El vuelo Madrid–Zúrich me pareció larguísimo, quizá porque cada minuto me acercaba más a él. A mi lado, una mujer desconocida, que pronto se volvió un alma compañera, me ayudó a calmarme. Era Irene, profesora retirada en Neurobiología en la Universidad de Zúrich, experta en el sueño de los elefantes. Suiza, pero con un español impecable, de acento chileno. Con ella sentí por primera vez la serenidad de este país. Era la experiencia hecha ternura, la calma de un lago que no necesita palabras. No sé en qué momento me dio su número de teléfono ni por qué razón. Yo no tenía móvil entonces, pero, de alguna forma, ese gesto suyo tan sencillo me quedó grabado como una primera señal de bienvenida. Desde entonces, cada octubre intentamos encontrarnos para recordar ese vuelo y celebrar nuestro encuentro. Cuando llegué a la sala de recogida de equipaje, decidí ir al baño porque me preocupaba mi aspecto: el cabello desobediente y las ojeras marcadas. Me lavé la cara, respiré, puse un poco de brillo en los labios y vi al espejo la emoción pintada en mi rostro. Recuerdo que el primer detalle que me hizo sonreír en el aeropuerto fue el aviso luminoso colocado encima del carril por donde saldrían las maletas. Indicaba: “15 minutos”, y junto a las palabras, un pequeño icono de una maleta que permanecía inmóvil. Esperé, sin saber por qué me llamaba tanto la atención. Exactamente al cumplirse los quince minutos, la maletica comenzó a desplazarse sobre la pantalla, simulando el recorrido que harían las verdaderas maletas antes de aparecer. Aquella precisión me pareció casi mágica: el tiempo aquí tenía palabra. Y yo, que venía con el corazón al galope, comprendí que había llegado a un país donde incluso los segundos sabían esperar su turno. Todo ocurría con una exactitud serena, una sincronía perfecta entre lo que observaba y lo que comenzaba a suceder en mi vida. A partir de ahí no recuerdo casi nada con nitidez, solo una sensación: me sentía como un riachuelo tranquilo que se deja llevar por la corriente. Unos pasos más adelante vi la palabra AUSGANG (salida) y seguí a otros pasajeros que arrastraban sus maletas hacia la puerta. En ese corto túnel que conduce a la salida no tuve que esforzarme mucho para encontrarlo: allí estaba mi amor. Nuestras miradas se encontraron. Esa sentencia que dice que el tiempo se detiene cuando ocurre algo único y trascendental es muy cierta, porque cuando nuestras miradas se encontraron todo: el ruido, la prisa, el aeropuerto entero; todo eso desapareció. Allí estaba él: alto y flacucho, bello, sostenía en sus manos dos rosas que parecían recién nacidas. Por cierto, esas rosas aún las conservo, secas pero intactas, como testigos silenciosas de ese instante suspendido en el aire. Me entregué a sus brazos. Imaginen el instante como cuando el sol se vuelve una sola línea, fundida entre color y luz en el horizonte. Le mojé el suéter gris azul claro, como sus ojos, con las lágrimas que no supe contener. Al mismo tiempo, sentí cómo él hundía su rostro en mi cabello, enredado como un nido. Markus tomó mi maleta azul marino con el brazo izquierdo. En su derecha llevaba mi mano, apretada a la suya. Caminábamos hacia el estacionamiento hacia la nueva vida que nos esperaba: a acostumbrarnos a despertar juntos, a aprender a convivir, a comunicarnos, a descubrir nuestras diferencias; a adaptarnos al día a día, al espacio personal y al compartido… y a todo lo que la vida en común aún nos iría revelando. Afuera, la noche otoñal había caído, y el frío me recordó la chaqueta de Liliana. Las luces titilaban sobre la calle, sobre los coches, sobre el Limmat, sobre el lago… y dentro de mí también todo titilaba. Era la vida latiendo. Hoy celebro esa fecha con gratitud profunda: Por seguir sintiéndome tan viva y encendida como esas luces a mi llegada. Por Markus, mi amor puro y dulce, mi ángel y mi todo. Por su familia aquí en Suiza: su mamita, siempre tan dulce conmigo; su papito, que desde el cielo nos acompaña; y sus tres hermanos, que me recibieron con cariño y me han hecho sentir parte de ellos. Por mi familia en Venezuela: mi mamita adorada, que me enseñó que tu casa no es siempre un lugar, sino un estado del corazón; mis amadas hermanitas y sobrinos, mis amores y mi corazón latiendo allá y aquí. Por mis amigos de siempre, regados por el mundo, y por los que me ha dado esta tierra generosa: gracias por su amor y por estar allí para mí. Por mis estudiantes, en Venezuela y en Suiza, que me enseñan cada día nuevas formas de mirar el mundo. Agradezco profundamente a mi amiga Liliana, por ayudarme a hacer realidad este viaje y por aquella chaqueta verde oliva que me abrigó el cuerpo y el alma. Y a Irene, por ser ese primer ángel en este país, la calma que me recibió antes de tocar tierra. A Suiza le agradezco su belleza, que se cuela por los ojos: sus paisajes, su silencio, su respeto por el tiempo. Gracias también por la hermosa lengua alemana. Agradezco también haber aprendido este idioma, que me ha abierto nuevas formas de comprender el mundo y de comprenderme a mí misma. Y como el aquí y el ahora son mi verdadero momento, vivo y agradezco los regalos de esta estación: esta luz otoñal que acaricia mis días, los árboles que se elevan majestuosos y dejan caer sus hojas con elegancia, la lluvia y la niebla melancólica, y ese brillo sobre las calles y aceras recién mojadas. Les comparto un poema que “el Negrito”, el esposo de mi hermana María Elena, me regaló antes de partir hace quince años: un poema de Antonio Machado. Caminante, son tus huellas Antonio Machado Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar. Solo quería compartir estos pensamientos de este domingo 19 de octubre de 2025. Un abrazo para todos. Feliz domingo para todos. Fünfzehn Jahre seit jenem Flug 19. Oktober 2025 Heute vor fünfzehn Jahren kam ich in die Schweiz, um mein Leben mit Markus zu beginnen. Es ist unmöglich, nicht an jene Mary Luz zurückzudenken, die am Flughafen Zürich landete – mit der olivgrünen Jacke, die ihre Freundin Liliana sich ausgezogen hatte, um sie ihr zu geben, mit den Worten: „Nimm sie, meine Freundin, du wirst sie brauchen.“ Der Flug Madrid–Zürich kam mir endlos vor – vielleicht, weil mich jede Minute näher zu ihm brachte. Neben mir saß eine fremde Frau, die bald zu einer Seelengefährtin wurde und mir half, mich zu beruhigen. Es war Irene, eine pensionierte Professorin für Neurobiologie an der Universität Zürich, Expertin für den Schlaf der Elefanten. Eine Schweizerin – doch mit einem makellosen Spanisch, von chilenischem Akzent getragen. Mit ihr spürte ich zum ersten Mal die Gelassenheit dieses Landes: die Erfahrung, die zur Zärtlichkeit geworden war, die Ruhe eines Sees, der keine Worte braucht. Ich weiß nicht mehr, wann genau sie mir ihre Telefonnummer gab oder warum. Ich hatte damals kein Handy, aber irgendwie blieb mir diese einfache Geste als erstes Willkommenszeichen tief im Gedächtnis. Seitdem versuchen wir, uns jeden Oktober zu treffen, um an jenen Flug und an unsere Begegnung zu erinnern. Als ich in der Gepäckhalle ankam, beschloss ich, ins Bad zu gehen, weil ich mir Sorgen um mein Aussehen machte: das widerspenstige Haar, die dunklen Augenringe. Ich wusch mir das Gesicht, atmete tief durch, trug ein wenig Glanz auf die Lippen auf – und sah im Spiegel die Aufregung, die sich in meinem Gesicht widerspiegelte. Ich erinnere mich, dass mich das erste Detail, das mich am Flughafen lächeln ließ, ein Leuchtschild über dem Gepäckband war. Es zeigte: „15 Minuten“, daneben das Symbol eines kleinen, unbeweglichen Koffers. Ich wartete, ohne zu wissen, warum mich das so faszinierte. Genau nach fünfzehn Minuten begann das kleine Köfferchen, sich über den Bildschirm zu bewegen, und simulierte die Strecke, die die echten Koffer gleich zurücklegen würden. Diese Präzision erschien mir fast magisch: Hier hatte die Zeit ihr eigenes Wort. Und ich, die mit galoppierendem Herzen angekommen war, verstand, dass ich in einem Land gelandet war, in dem selbst die Sekunden wussten, wann sie an der Reihe waren. Alles geschah in einer stillen Genauigkeit, in einer vollkommenen Synchronie zwischen dem, was ich sah, und dem, was in meinem Leben gerade zu geschehen begann. Von da an erinnere ich mich kaum noch klar, nur an ein Gefühl: Ich war wie ein ruhiger Bach, der sich der Strömung hingibt. Ein paar Schritte weiter sah ich das Wort AUSGANG und folgte den anderen Passagieren, die ihre Koffer hinter sich herzogen. In dem kurzen Tunnel, der zum Ausgang führte, musste ich mich kaum anstrengen, ihn zu finden – dort stand er, meine Liebe. Unsere Blicke trafen sich. Dieser Satz, dass die Zeit stillsteht, wenn etwas Einzigartiges und Wesentliches geschieht, ist wahr. Denn als sich unsere Blicke trafen, verschwand alles: der Lärm, die Eile, der ganze Flughafen. Da stand er – groß, schlank, schön – mit zwei Rosen in den Händen, die aussahen, als wären sie gerade erblüht. Übrigens, diese Rosen habe ich noch – getrocknet, aber unversehrt, stille Zeuginnen dieses in der Luft schwebenden Augenblicks. Ich fiel ihm in die Arme. Stellt euch den Moment vor, wenn die Sonne zu einer einzigen Linie wird – verschmolzen zwischen Farbe und Licht am Horizont. Ich tränkte seinen Pullover der die selbe hellgrau-blaue Farbe aufwies wie seine Augen, mit den Tränen, die ich nicht zurückhalten konnte. Gleichzeitig spürte ich, wie er sein Gesicht in mein Haar tauchte, das verheddert war wie ein Nest. Markus nahm meinen marineblauen Koffer mit der linken Hand. In seiner rechten hielt er meine – fest umschlossen. Wir gingen zum Parkplatz, hinein in das neue Leben, das auf uns wartete: um uns daran zu gewöhnen, gemeinsam aufzuwachen, zusammenzuleben, miteinander zu sprechen, unsere Unterschiede zu entdecken; uns an den Alltag, an den persönlichen und den gemeinsamen Raum zu gewöhnen… und an all das, was uns das gemeinsame Leben noch lehren würde. Draußen war die Herbstnacht hereingebrochen, und die Kälte erinnerte mich an Lilianas Jacke. Die Lichter glitzerten auf der Straße, auf den Autos, auf der Limmat, auf dem See, – und in mir glitzerte alles ebenfalls. Es war das Leben, das pochte. Heute feiere ich dieses Datum mit tiefer Dankbarkeit: Dafür, dass ich mich noch immer so lebendig und leuchtend fühle wie jene brennenden Lichter bei meiner Ankunft. Für Markus, meine reine und sanfte Liebe, meinen Engel, mein Alles. Für seine Familie hier in der Schweiz: seine liebe Mutter, die immer so herzlich zu mir ist; seinen Vater, der uns vom Himmel aus begleitet; und seine drei Brüder, die mich mit Zuneigung aufgenommen und mich Teil von ihnen werden ließen. Für meine Familie in Venezuela: für meine geliebte Mutter, die mich lehrte, dass ein Zuhause nicht immer ein Ort ist, sondern ein Zustand des Herzens; meine geliebten Schwestern und Neffen, meine Lieben, mein Herz, das dort und hier schlägt. Für meine Freunde, überall auf der Welt verstreut, und für die, die mir dieses großzügige Land geschenkt hat: danke für eure Liebe und dafür, dass ihr für mich da seid. Für meine Schüler in Venezuela und in der Schweiz, die mich jeden Tag neue Wege lehren, die Welt zu betrachten. Ich danke meiner Freundin Liliana von Herzen – dafür, dass sie mir geholfen hat, diese Reise zu verwirklichen, und für jene olivgrüne Jacke, die meinen Körper und meine Seele zugleich wärmte. Und Irene – dafür, dass sie mein erster Engel in diesem Land war, die Ruhe, die mich empfing, noch bevor ich Schweizer Boden berührte. Der Schweiz danke ich für ihre Schönheit, die durch die Augen in die Seele fließt – für ihre Landschaften, ihre Stille und ihren Respekt vor der Zeit. Und ich bin dankbar für die schöne deutsche Sprache, die mir so viel eröffnet hat. Und da das Hier und Jetzt mein wahrer Augenblick ist, lebe und genieße ich die Geschenke dieser Jahreszeit: das herbstliche Licht, das meine Tage streichelt, die Bäume, die sich majestätisch erheben und ihre Blätter mit Eleganz fallen lassen, den Regen und den Nebel, der melancholische Stimmung bewirkt, und jenen Glanz auf den frisch nassen Straßen und Gehwegen. Ich möchte mit euch ein Gedicht teilen, das mir „El Negrito“, der Ehemann meiner Schwester María Elena, vor fünfzehn Jahren als Geschenk auf ein Stück Papier geschrieben hat: es ist ein Gedicht von Antonio Machado. Wanderer, es gibt keinen Weg von Antonio Machado (Übersetzung: Hans Leopold Davi) Wanderer, deine Spuren sind der Weg, und sonst nichts; Wanderer, es gibt keinen Weg, der Weg entsteht im Gehen. Im Gehen entsteht der Weg, und blickst du zurück, siehst du den Pfad, den niemals du wirst erneut beschreiten. Wanderer, es gibt keinen Weg, nur Wellen im Meer. Ich wollte einfach diese Gedanken an diesem Sonntag, dem 19. Oktober 2025, mit euch teilen. Eine Umarmung für alle! Einen schönen Sonntag!
von Mary Hammer 24. August 2025
Ein letzter Abschied, die Stimme eines Gedichts und die Stille einer Trauerfeier … Da bahnten sich die Worte ihren Weg und wurden zu diesem Text. Ich freue mich, ihn mit euch zu teilen (auf Spanisch und Deutsch). Einen schönen Sonntag
von Mary Hammer 9. August 2025
La misión lunar para hacernos brutos (versión en español) Ver la noticia de la muerte del astronauta Jim Lovell me llevó a rescatar un recuerdo gracioso de mi infancia, allá por 1981 o 1982. En casa no teníamos televisión, un detalle nada menor, porque en aquellos años acostumbrábamos a asomarnos por la ventana de nuestra vecina Ana para ver las comiquitas. A veces, si teníamos suerte, nos permitían entrar también y, después de hacer las tareas, a menudo podíamos verlas en la sala, como si fuera nuestro pequeño cine privado. Yo tendría unos nueve años y, por entonces, mi abuelita Magdalena —que estaba de visita desde Colombia— se quedaba con nosotros. Aquel día me encontraba, como tantas veces, mirando por la ventana de la señora Ana, hipnotizada por las imágenes en la pantalla. Recuerdo que balanceaba las caderas de un lado a otro, intentando aguantar las ganas de hacer pipí, pero nada podía moverme de ese lugar. El sol brillaba con descaro y el calor era intenso, aunque yo estaba demasiado absorta para notarlo. La escena en la televisión me dejó paralizada: unos hombres llegaban a la Luna. Bajaban lentamente de una nave, enfundados en trajes blancos que parecían hacerlos flotar a cada paso. Mi mente infantil se empeñaba en conectar aquella Luna de la televisión con la que yo veía de noche, rodeada de estrellas titilantes. Supongo que el programa celebraba el decimocuarto aniversario de la llegada del hombre a la Luna porque la misión Apolo 11 había alunizado en 1969. Yo estaba fascinada por lo que veía. Entonces, el señor Nectario, esposo de la señora Ana, se levantó de su silla con sus movimientos pausados y, como quien tiene algo mejor que hacer, fue hasta la esquina de la sala y apagó la tele. Yo me fui corriendo a casa, pero con la película aún proyectándose, encendida y vibrante, en mi cabeza. Al llegar al patio, mi abuelita lavaba la ropa a mano en un lavadero de cemento. Me acerqué, agitada, y le solté con entusiasmo: —Abuelita, ¿puedes creer que a esa luna que ves cada noche llegaron unos hombres en una nave espacial? ¡Lo acabo de ver en la televisión! Enterraron una bandera de América allí mismo, abuelita. Ella apartó sus manos arrugadas del agua y negó con la cabeza: —Mija, esos americanos ya no hallan qué inventar para que niños como tú y gente ignorante se vuelvan adictos a la televisión. Quieren que nos mantengamos burros, sin estudiar, pegados a esa caja. Sus palabras fueron como un cubo de agua fría sobre mi entusiasmo. Sin embargo, salí del patio convencida de algo: ese plan malévolo de los americanos no podía tocar nuestra casa... porque no teníamos televisión. Sonreí con satisfacción; una sesación de triunfo me enderezó la espalda y me llenó de orgullo. Mi abuela, mientras lavaba me había compartido una verdad que el mundo ignoraba: la conspiración de los americanos para volvernos brutos y zombis frente a la pantalla. Esa noche, sentada con mi madre y mis hermanas frente a la casa, la luna brillaba en un cielo oscuro salpicado de estrellas titilantes. Miraba al cielo. El dilema entre lo que había visto y lo que había escuchado de mi abuelita se adueñaba de mi mente. No dudaba de ella, pero tampoco dejaba de soñar de que todo aquello que mis ojos habían atrapado fuera de verdad, cierto. Hoy, al saber que este gran hombre —que junto a Neil Armstrong y Buzz Aldrin llegó por primera vez a esa Luna— ha partido, me nace regalarles esta pequeña anécdota. Y qué mejor día que hoy, noche de luna llena. RIP Jim, que ese viaje por la Luna nunca termine para ti. Die Mondmission, um uns dumm zu machen (VERSIÓN ALEMÁN) Die Nachricht vom Tod des Astronauten Jim Lovell brachte mich dazu, eine lustige Erinnerung aus meiner Kindheit hervorzuholen, irgendwann um 1981 oder 1982. Zu Hause hatten wir keinen Fernseher – ein nicht unwichtiger Umstand, denn in jenen Jahren schauten wir oft durch das Fenster unserer Nachbarin Ana, um Zeichentrickfilme zu sehen. Manchmal, wenn wir Glück hatten, durften wir sogar hineingehen, und nachdem wir die Hausaufgaben erledigt hatten, konnten wir sie oft im Wohnzimmer sehen – wie in unserem eigenen kleinen Privatkino. Ich war damals etwa neun Jahre alt, und zu dieser Zeit war meine Großmutter Magdalena – die aus Kolumbien zu Besuch war – bei uns. An jenem Tag stand ich, wie so oft, am Fenster von Señora Ana und war gebannt von den Bildern auf dem Bildschirm. Ich erinnere mich, wie ich meine Hüften von einer Seite zur anderen wiegte, versuchte, den Harndrang zu unterdrücken, aber nichts konnte mich von diesem Platz vertreiben. Die Sonne schien unverschämt hell, die Hitze war drückend – doch ich war viel zu vertieft, um es zu bemerken. Die Szene im Fernsehen ließ mich erstarren: Männer landeten auf dem Mond. Langsam stiegen sie aus einem Raumschiff, in weiße Anzüge gehüllt, die sie bei jedem Schritt schweben ließen. Mein kindlicher Verstand wollte unbedingt diesen Mond im Fernsehen mit dem verbinden, den ich nachts am Himmel sah, umgeben von funkelnden Sternen. Ich nehme an, es war ein Programm zum vierzehnten Jahrestag der ersten Mondlandung, denn Apollo 11 war 1969 gelandet. Ich war fasziniert von dem, was ich sah. Da stand Señor Nectario, der Ehemann von Señora Ana, gemächlich von seinem Stuhl auf, als hätte er Wichtigeres zu tun, ging in die Ecke des Wohnzimmers und schaltete den Fernseher aus. Ich lief nach Hause – doch in meinem Kopf lief der Film weiter, hell und lebendig. Im Hof angekommen, stand meine Großmutter am Waschbecken aus Beton und wusch Wäsche mit der Hand. Aufgeregt ging ich zu ihr und platzte heraus: —Abuelita, kannst du glauben, dass auf diesem Mond, den du jede Nacht siehst, Männer in einem Raumschiff gelandet sind? Ich habe es gerade im Fernsehen gesehen! Sie haben dort eine amerikanische Fahne aufgestellt, Abuelita. Sie zog ihre runzligen Hände aus dem Wasser und schüttelte den Kopf: —Mija, diese Amerikaner wissen nicht mehr, was sie erfinden sollen, damit Kinder wie du und unwissige Leute fernsehsüchtig werden. Sie wollen, dass wir dumm bleiben, nicht lernen und an dieser Kiste kleben. Ihre Worte waren wie ein Eimer kaltes Wasser auf meine Begeisterung. Doch ich verließ den Hof mit der festen Überzeugung, dass dieser teuflische Plan der Amerikaner unser Haus nicht erreichen konnte… weil wir keinen Fernseher hatten. Ich lächelte zufrieden; ein Gefühl des Triumphes richtete meinen Rücken auf und erfüllte mich mit Stolz. Meine Großmutter hatte mir beim Wäschewaschen eine Wahrheit verraten, die die Welt nicht kannte: die Verschwörung der Amerikaner, uns zu dummen Zombies vor dem Bildschirm zu machen. An diesem Abend saß ich mit meiner Mutter und meinen Schwestern vor dem Haus, während der Mond am dunklen, sternenübersäten Himmel leuchtete. Ich schaute immer wieder hinauf. Der Zwiespalt zwischen dem, was ich gesehen hatte, und dem, was meine Großmutter gesagt hatte, beschäftigte meinen Kopf. Ich zweifelte nicht an ihr, aber ich hörte auch nicht auf zu träumen, dass all das, was meine Augen eingefangen hatten, wahr sein könnte. Heute, da ich erfahre, dass dieser große Mann – der zusammen mit Neil Armstrong und Buzz Aldrin zum ersten Mal auf diesem Mond stand – von uns gegangen ist, möchte ich euch diese kleine Anekdote schenken. Und was für ein besserer Tag als heute, in einer Vollmondnacht. RIP Jim – möge diese Reise um den Mond für dich niemals enden.
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